Vecinos de Cauterets conversan en las proximidades del domicilio en el que se alojaron los etarras. / EFE
ESPAÑA

«Señora, hay un terrorista en su casa»

La mujer que alquiló un estudio a 'Txeroki' relata cómo llegó hasta ella el dirigente de ETA y por qué no sospechó nada en ningún momento

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Nueve de la mañana. El periodista toca el timbre del número 16 de la Rue Richelieu, donde se escondía Txeroki en una habitación alquilada. La hija de la familia Noèbes, propietaria de la casa y que vive en la planta baja, abre la puerta con cara de pocos amigos. «No quiero decir nada, ya he tenido suficiente», dice antes de dar un portazo.

Una hora más tarde, la mujer abandona la casa para abrir el bar familiar, situado junto al Ayuntamiento de Cauterets. En torno a un café, y ya más relajada, accede a conversar. «Pero no me saque fotos ni a mí ni al bar, no quiero tener problemas», advierte.

Todo comienza el pasado jueves, cuando un joven que ocultaba su cabeza con un gorro de lana acompañado de una joven entran al bar preguntando por una habitación para alojarse. «Era un hombre alto. Sólo hablaba él y lo hacía en un francés muy correcto. Ella se limitaba en todo momento a sonreír. Sonreía mucho. Me pareció una chica muy guapa», recuerda.

Él era Garikoitz Aspiazu, Txeroki, el presunto dirigente de ETA más buscado. Ella, la también huida Leire López Zurutuza. Madame Noèbes hija, pese a que tenía vacíos casi todos los estudios que alquila, les recomienda alojarse en el cercano hotel Le Lys, al otro lado del río, uno de los mejores de la zona. Pero los supuestos etarras quieren algo más discreto y barato y piden que les alquile una habitación. «Yo les mandé a la vivienda donde les recibió mi madre», una viuda de unos setenta años, para que vieran las habitaciones. «Les gustó y se quedaron».

Los Noèbes, una familia muy conocida en el pueblo por sus varios negocios, acostumbran a alojar sólo a «gente de confianza». Y la pareja, al parecer, no levantó ninguna sospecha en los propietarios. «Iban bien vestidos y eran educados. ¿Qué iba a saber yo! Alquilamos a mucha gente y por aquí pasa mucha gente desconocida. No vimos nada raro», se excusa la dueña.

La presencia de la pareja despertó la curiosidad de la madre, que les hizo varias preguntas, entre ellas de dónde procedían. «Dijeron que eran italianos, de cerca de Roma». Esta contestación suscitó una pequeña duda en esta mujer mayor. «Me comentó que le parecía que hablaban francés con acento español», recuerda su hija.

La pareja explica a los dueños que vienen a hacer «montañismo» y que quieren estar «hasta final de mes», según el relato de Madame Noèbes. «Pero como tenía compromisos familiares, porque mi hermano viene el viernes, les dije que sólo iba a alquilar habitaciones hasta este próximo jueves», agrega.

Los dueños asignan a los presuntos etarras uno de los tres estudios de la segunda planta. Se trata de una habitación de veinte metros cuadrados, con un sofá cama, un pequeño baño, una pequeña cocina y una mesa para comer. Los nuevos inquilinos pagaron en metálico y subieron a sus habitaciones. Ese mismo jueves, a última hora, el marido de la dueña les ve pasear por las inmediaciones, que en esta época cuando cae la noche están prácticamente desiertas, según el relato de la propietaria.

Los presuntos etarras tenían todo a mano en la rue Richelieu, una estrecha calle en pleno corazón de Cauterets. Desde su ventana podían observar una lavandería, justo enfrente del portal. A pocos metros tienen también varias panaderías, restaurantes, una farmacia y tiendas de ropa.

Los huidos pasan el fin de semana junto a una anciana de París, alojada en la primera planta, y con el matrimonio dueño y la madre, que residen en la planta baja, en la que también poseen un comercio de artesanía que permaneció cerrado durante todo el día de ayer.

Estancia discreta

Pero el contacto entre ellos es nulo porque la estancia de los dos se caracteriza por su discreción. «No hacían apenas ruido. Sólo les oíamos cuando encendían la ducha. Eran muy discretos», relata la dueña. Sólo notan su presencia cuando Leire López Zurutuza sale varias veces a un supermercado cercano a comprar varias cosas de comer, como latas de conservas, embutidos y algo de vino, según los responsables del comercio.

La otra inquilina tampoco observa nada durante el fin de semana. Postrada en la cama durante los tres días debido a una bronquitis, salió ayer por primera vez a la calle a pasear a su perro. Las fotos de los detenidos en los periódicos no le dicen nada. «No les conozco ni les he visto. Yo no me dedicó a espiar a los inquilinos», explica.

Todo transcurre con normalidad hasta que en la madrugada del lunes, hacia las tres y media, medio centenar de policías toman la calle y un grupo de ellos irrumpe en la vivienda, en la que los dueños y los inquilinos duermen ajenos a todo.

La anciana de la primera planta escucha «un fuerte ruido, como un temblor de tierra». Pero al comprobar que se trata de la Policía decide quedarse quieta aunque ya no podrá pegar ojo. Madame Noèbes hija sale sobresaltada al pasillo que sirve de entrada pero enseguida un agente le explica la situación. «Señora, hay un terrorista en el piso de arriba».

La propietaria jura y perjura que «yo no sabía nada. Sólo quiero olvidarme de todo».