Pilar versus Roque
Hace ya muchísimo tiempo, cuando yo tenía entorno a doce años, era frecuente mantener enconadas peleas con mi hermana pequeña -siete años menor-, con la que cruzaba múltiples y variados insultos infantiles, carentes de maldad alguna, tales como: tonta, fea, estúpida Insultos que evidentemente eran correspondidos por mi doblemente consanguínea en términos muy similares. Pero claro está, eso lo hacía cuando aún no había entrado en esa etapa barbilampiña, de voz desafinante y múltiples tonterías, que se denomina pubertad, y cuando mi hermana era aún una niña a la que, con cierta facilidad, su hermano mayor lograba sacar de sus infantiles casillas. De eso hace ya tanto tiempo que casi lo he olvidado. De hecho, pasada mi adolescencia entré de lleno en la juventud, comencé a trabajar sin abandonar los estudios y, poco a poco, llegué a los cuarenta y tantos que con orgullo luzco en la actualidad.
Actualizado: GuardarEste tipo de actitudes -la del insulto infantil-, se hallan muy ligadas a una etapa definida en la vida de cada persona. A estas alturas de mi existencia, en modo alguno se me ocurre llamar a alguien feo o tonto, pues si algo aportan los años es un mayor grado de cinismo, así como un extenso vocabulario de palabras malsonantes, susceptible de ser utilizadas como arma arrojadiza, cuando de poner verde a alguien se trata.
Y les narro la precedente retahíla, pues me ha sorprendido que la Alcaldesa que gobierna mi ciudad, por encima de los doscientos mil habitantes, utilice insultos y actitudes infantiles para dirigirse a alguien de similar rango, con menor población a su cargo, cuya actitud tampoco le va a la saga. Evidentemente les hablo sobre la polémica que enfrenta a la alcaldesa de Jerez con su homónimo de La Barca de la Florida, cuya relación exacta de hechos les ruego busquen en la fantástica hemeroteca que el periódico LA VOZ pone a disposición de todos ustedes a través de su página web. En síntesis, el alcalde barqueño permite que la compañía de electricidad corte de forma reiterada la luz en dependencias municipales de aquella localidad. La alcaldesa jerezana critica tal postura e informa de que el mayor porcentaje del presupuesto de La Barca se va en fiestas. Como respuesta, aparecen en aquella localidad todo tipo de pancartas y proclamas contra la regidora jerezana. Ella, por su parte, envía a Bomberos y Policía Local para que procedan a la retirada. El, la acusa de prepotente y pide que el partido la expulse. Ella pide que sea él el expulsado y así sucesivamente, hasta que de pronto se nos descuelga con un simpático pero a la vez infantil: «a mi me importa un rábano el alcalde de La Barca».
La historia podrá ser interminable mientras que quienes ejercen poder por encima de estos personajes -posiblemente instancias superiores del partido al que ambos pertenecen-, no pongan orden y concordia en toda esta historia. De hecho, para hoy martes la alcaldesa de Jerez ha anunciado que se desplazará a La Barca de la Florida, al objeto de departir con sus vecinos y explicar la situación, lo que entiendo no es más que otra vuelta de tuerca en un conflicto, en el que tan lamentable resulta la actitud victimista de Don Roque, como la prepotente que exhibe Doña Pilar.
Y llegados a este punto vaya la oportuna reflexión así como el consabido consejo, que no es otro más que el de animar a ambos mandatarios para que se dejen de infantilismos, olviden los insultos baratos y cesen en conflictos que se antojan innecesarios. A la postre, Jerez y La Barca están condenadas a entenderse, no sólo por ser una pedanía de la otra, sino porque ambas comparten una historia con muchísimas connotaciones comunes. La actitud de ambos políticos, de seguir por idéntico camino, sólo servirá para hacer verdad una frase que pronunció el genial escritor Enrique Jardiel Poncela, según la cual: «El que no se atreve a ser inteligente, se hace político», y visto como está el patio, no me extrañaría que al final la frase se hiciera verdad...