LA PLATA. Paco (izquierda) conversa con el educador social de El Salvador en los soportales de La Plata donde duerme. / CRISTÓBAL
Jerez

«Me quiero morir ya»

Paco Piñero, de 55 años, duerme en unos soportales de la barriada de La Plata Hace 15 años que vive en la calle y asegura que ha perdido la ilusión por el futuro

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Viste ojos tristes. Es como si no estuviese en este mundo. Tiene la mirada perdida, pero algo en ella parece pedir a gritos una mano amiga, una esperanza que le ayude a tirar para adelante un día más. Parco en sonrisas, provoca una pellizco en la boca del estómago cuando regala una. Se llama Paco Piñero, tiene 55 años y lleva alrededor de 15 viviendo en la calle.

Ahora lo hace en el barrio de La Plata, en unos soportarles a escasos metros del Centro de Día Siloé y junto a otros sin techo. Relata, con cierto orgullo, que su hogar han sido las calles de muchas ciudades españolas: Madrid, Barcelona, Valencia... «Pero como Jerez, nada; es el mejor sitio porque aquí hay buen gente de verdad», dice.

LA VOZ se lo encuentra durmiendo sobre un colchón y al abrigo de unas viejas mantas. Se despierta al detectar nuestra presencia y la de un educador social que nos acompaña, Toni Guillén. El sobresalto inicial da paso enseguida a la alegría por ver a este último. Se estira como puede, bosteza y comienza a hablar con desconfianza por la presencia de los extraños. Cuesta comprenderle al principio por culpa de los efectos del alcohol, pero poco a poco se va haciendo entender mejor, y acaba accediendo amablemente a contar su historia, una de las de los entre 20 y 30 sin techo que en la actualidad pueden haber en Jerez.

Paco tuvo en el pasado una vida normal, incluso feliz en algunos momentos. Natural de Puerto Real, asegura que trabajó 22 años en Astillleros. Era soldador, oficial de primera, y se ganaba bien la vida. Pero acabó cogiendo el camino equivocado, se separó y prácticamente de un día para otro se vio en el calle. Sus únicas posesiones son ahora un colchón y unas pocas mantas. Y unos collares de plástico que cuenta que le regalaron sus hijos y que guarda como si fuesen su mayor tesoro.

Sin apetito

Cobra una pensión de apenas 400 euros mensuales, buena parte de los cuales gasta en alcohol, básicamente vino barato. Es, de hecho, casi lo único que ingiere durante el día. Porque no come, según apunta una de las personas que mejor le conocen, Toni Guillén, educador social de El Salvador de las Hermanas de la Caridad. Cuenta que «si acaso, una tostada por la mañana en Siloé, y ya está». No acude a ninguna organización benéfica para alimentarse ni a ningún comedor social, porque la alimentación está en la cola de sus prioridades.

Los días se le hacen eternos a Paco, demasiados largos para tan pocas cosas que hacer. Mata la mayor parte del tiempo en el parque de La Plata con otros sin techo o durmiendo en el espacio que, con un colchón y unas mantas, ha convertido en su hogar en los soportales.

Estos días anda algo más bajo de ánimo de lo normal. Todo porque viajó a Puerto Real para ver a su ex mujer y a su hija, pero no lo consiguió. Se enteró, además, de que la primera había «vendido la casa por 21 millones de euros». La noticia ha supuesto para él un bofetón, ya que considera que le debería corresponder una parte de ese dinero. Se daba la circunstancia añadida de que la noche del encuentro con este medio, más fría de lo habitual en estas fechas, acababan de robarle los 40 euros que tenía guardados en un bolsillo del pantalón. No sabe quién ha sido, aunque sospecha de otro sin techo al que maldice repetidamente.

Sin ilusión

La palabra ilusión hace tiempo que dejó de estar en su vocabulario. No la tiene. Ha perdido la esperanza en sí mismo o en un golpe de suerte que le permitiese emprender una nueva vida, porque la que le ha tocado vivir es demasiado perra. Sus sueños han quedado reducidos a pedacitos de papel. Una sentencia que golpea en la boca del estómago deja claro lo que el propio Paco piensa al respecto: «Me quiero morir ya».

Y posiblemente es lo que esté haciendo: dejarse morir poco a poco. Su salud es delicada y él no hace nada por tratar de mejorarla. «Estoy solo en esta vida, no tengo nada ni a nadie; estoy muerto», afirma con una indiferente resignación.

El educador social que acompaña a este periódico en la entrevista con Paco confirma que, efectivamente, no se encuentra bien de salud y que «si no se hace algo urgente con él, igual tenemos que lamentar una desgracia».

No existen dos casos iguales entre los sin techo de Jerez, como tampoco los hay en ninguna otra ciudad del mundo. Cada historia tiene nombre y apellidos propios. Las circunstancias y las razones que les han llevado a tener que vivir en la calle tampoco son siempre las mismas. Pero la de Paco puede servir como ejemplo de cómo viven más de 20 personas en estos momentos en la ciudad, hombres y mujeres que buscan refugio cada noche en un cajero automático o en unos soportales resguardados. Ninguna conoce el futuro que le espera. Paco tampoco. Aunque puede que deje de tenerlo en cualquier momento.

wjamison@lavozdigital.es