ANÁLISIS

Un jefe a la antigua usanza

El comportamiento mantenido por Garikoitz Aspiazu, Txeroki, con los comandos a sus órdenes ha sido un modo de actuar a la antigua usanza, como lo hacían los jefes de ETA en los años 70 y 80, cuando se acercaban a la frontera para despedir a las células y dar las últimas instrucciones a los que pasaban al interior y los esperaban a la vuelta para reunirse con ellos durante dos o tres días y analizar la actividad realizada. La relación de Aspiazu con sus subordinados se explica por las críticas que él mismo había dirigido en 2004 a sus compañeros en la cúpula de ETA: «Hay una gran distancia entre la dirección y los taldes (comandos). No se tienen en cuenta (demasiado al menos) los criterios de los taldes». Esta conducta tiene como consecuencia la aparición de vínculos de lealtad entre el jefe y sus subordinados y que éstos respalden incondicionalmente a su responsable. A Txeroki se le responsabiliza de la ruptura de la tregua, pero esa decisión ha sido avalada por las bases de la organización terrorista en el debate del último año. Y en los pulsos por el poder en el seno de la banda, Txeroki se ha llevado el gato al agua.

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Aunque Aspiazu queda ahora fuera de juego, su estrategia ha sido respaldada por el grueso de ETA, que ha decidido continuar con la violencia, a pesar de que muchos de sus miembros son conscientes de los problemas que tiene la banda. Las sospechas de la infiltración policial han vuelto a aparecer en las filas etarras. «Parece que los miembros de la Organización están en precario, que funcionamos en la imposibilidad. ¿Cuántos miembros de la Organización han detenido en los últimos dos años y cuántas acciones hemos hecho?», indicaba uno de los documentos aportados al debate de este año, en el que se llegaba a la conclusión de que «vamos de mal en peor». La captura de Txeroki va a afectar así a la moral del resto de los terroristas, dado que acentuará las dudas que muchos albergan sobre la capacidad operativa de la banda.

ETA podrá nombrar antes o después al sucesor de Txeroki al frente de los comandos. Los nombres de Aitzol Iriondo o de Jurdan Martitegi aparecen como candidatos a sustituir al que hasta ayer fue su jefe, pero un relevo de ese tipo no se hace de la noche a la mañana, máxime cuando el detenido ha ocupado el cargo durante cinco años de forma ininterrumpida y ha centralizado en sus manos todos los resortes que le garantizaban el control de la organización.

En un grupo clandestino como ETA lleva tiempo recuperar la agenda del detenido, saber quiénes son los enlaces, dónde están los colaboradores y subordinados, cuáles son los canales para enviar órdenes o establecer citas. Incluso Pakito, cuando asumió la dirección de los comandos legales, en 1990, tuvo que preguntar cómo se hacían las cosas. La caída de Txeroki afectará negativamente al funcionamiento de la banda. Pero eso no hace desaparecer el riesgo de que en cualquier momento se produzca un atentado.