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Opinion

Lastre de división

La IX Asamblea Federal de Izquierda Unida fue clausurada ayer con la aprobación de un breve documento de consenso que anuncia su refundación mediante la convocatoria de un congreso constituyente en el plazo de 18 meses, aunque en medio de la liza entre cinco candidaturas para la elección del Consejo Político que impidió ayer la designación de un nuevo coordinador general. La apuesta coincidente por revitalizar una opción «anticapitalista, alternativa y transformadora» evoca la autocomplacencia con la que la IU de la primera hora reivindicaba su carácter de «izquierda real». La diferencia es que la pretensión actual de situarse como referencia alternativa en todas las vertientes de la vida social y política, en las relaciones laborales, en la ecología, en la definición de las políticas sociales o en el diseño de un horizonte multilateral, choca abiertamente con la persistente lucha por el poder interno en una organización disminuida de efectivos.

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Además, el hecho de que el PCE haya salido de la IX Asamblea como la primera corriente de Izquierda Unida, con sus 39 miembros elegidos directamente para el Consejo Político frente a los 25 de la plataforma más continuista, los 17 de la «tercera vía», o los nueve de las otras dos candidaturas, confiere a la ortodoxia comunista atribuciones de práctico bloqueo respecto a las posibilidades de apertura de IU a la integración renovadora de sensibilidades diversas. De manera que la anunciada refundación, prevista nada menos que para dentro de año y medio, parece abocada a la prolongación del pulso interno con el propósito, probablemente vano, de que una de las corrientes logre ser hegemónica, o de que otra alcance pactos que conciten el apoyo de la mayoría de la organización.

El período pretendidamente constituyente para una nueva Izquierda Unida coincidirá con los largos meses en los que la crisis afectará a miles de trabajadores y a los sectores más desfavorecidos de la sociedad; previsión que se ha convertido en motivo compartido de esperanza para quienes están necesitados de creer que el agravamiento de la situación económica pondrá la razón política de su parte. Una lógica torpe en su simpleza que, en todo caso, puede comportar efectos perniciosos si la pugna por el control de IU se traslada en forma de radicalización hacia sus cada día más exiguos círculos de influencia sindical y social.