Acuerdos a prueba
Los resultados de la cumbre de Washington dieron lugar ayer a reacciones que combinaron la satisfacción contenida ante la sintonía general mostrada por los veintidós países representados en la reunión con la crítica hacia las carencias evidenciadas a la hora de precisar los compromisos, o el escepticismo por las incógnitas que quedaron por despejar. Resulta incuestionable que lo acordado por el G-20 ampliado representa un avance en el reconocimiento de los problemas que la crisis financiera ha hecho aflorar y en la identificación de algunas líneas de respuesta ineludibles. Pero está claro que todo lo positivo que dio de sí la cita depende de la interpretación más o menos ambiciosa o exigente que de sus conclusiones realicen tanto los gobiernos nacionales como los organismos internacionales cuyo papel fue realzado por el documento final.
Actualizado:El enunciado ciertamente genérico de las disposiciones que recoge el mismo puede suscitar una sana y positiva dinámica de emulación al alza de cuantas iniciativas vayan adoptando los distintos gobiernos como, de hecho, ha venido ocurriendo en los últimos meses con los planes de rescate del sistema financiero. Pero ello y, sobre todo, la función que en adelante desempeñen el Foro de Estabilidad Financiera, el FMI o el Banco Mundial dependerán del respaldo político y material con el que su actuación cuente por parte de las primeras potencias. Y especialmente de que las diferencias entre EE.UU. y Europa, y entre los países desarrollados y los emergentes no conduzca a la parálisis o ralentización de las medidas señaladas en Washington. La cumbre consignó un diagnóstico sobre lo ocurrido hasta la fecha e indicó unas vías de salida a la situación, tanto para evitar que las causas de la debacle puedan reproducirse como para atender de urgencia las necesidades generadas por la recesión de la economía real.
También por eso las instituciones y reguladores nacionales y los organismos internacionales deben tomar conciencia de que la prevención despertada ante los errores cometidos en el pasado no vacuna a la economía global de las nuevas fallas o equivocaciones que pudieran darse en el futuro, entre otras causas como consecuencia de los excesos o de las omisiones en que eventualmente se incurra a la hora de poner en práctica los acuerdos de Washington.