Prisioneros del pasado y el presente
Loli y Alfonso iniciaron una relación tras salir de la cárcel Viven en una casa abandonada que ellos mismos sanearon
Actualizado:Loli Pizarro, de 40 años, y Alfonso Martín, de 36, viven desde hace aproximadamente un mes en una vivienda en las inmediaciones de la plaza San Lucas. No es suya. Un día pasaban por allí, vieron que el inmueble estaba abandonado, entraron y decidieron ocupar una de las casas de la primera planta.
El panorama era desolador en todo el edificio cuando lo vieron por primera vez. Y, de hecho, lo sigue siendo, con montones de escombros y basura por todas partes y techos y paredes apuntaladas, excepto en la casa que ocupan ahora. Ellos mismos la limpiaron, la sanearon y la han convertido en algo que se asemeja bastante a un hogar tradicional a pesar de los escasos 15 metros cuadrados de superficie que tiene.
Fuera, junto a la entrada, una pequeña pila les sirve para lavar la ropa. Lo primero que se encuentra uno al entrar es una pequeña cocina con unas estanterías, una mesita y unos fogones por los que pagaron 46 euros. Todo muy limpio y recogido. Eso sí, echan en falta una nevera en la que poder guardar alimentos perecederos.
La siguiente estancia es un saloncito también de reducidas dimensiones, en el que apenas caben la televisión, una mesa camilla, una pequeña estantería, un par de sillas y un sillón. Todo también muy recogido y limpio. Llama la atención, sin embargo, el suelo, preocupantemente abombado y que hace temer que pueda acabar cediendo en cualquier momento. Ellos también tienen ese miedo, pero prefieren vivir con él «que hacerlo en la calle».
Al final está la habitación, con una cama de matrimonio, un tocador y una televisión que acaban de comprar de segunda mano hace unos días en un rastro y que ya no funciona. «Empezó a parpadear una lucecita roja (en el botón de encendido) y se quedó muerta», relata Alfonso visiblemente molesto. «Es que nos cobraron 20 euros por la tele, que para nosotros es muchísimo, y qué menos que durase unos meses, ¿no?», apostilla Loli.
Pasado
Las vidas de nuestros dos protagonistas no han sido fáciles. Él ha pasado casi 14 de sus 36 años en prisión por una serie de delitos -principalmente robos- que acumuló desde que era prácticamente un niño. Su mala cabeza y la droga tuvieron la culpa, según él mismo reconoce.
Salió de prisión en septiembre de 2006. Hace, por tanto, poco más de dos años, y se encontró con un mundo que apenas reconocía, una ciudad en la que todo le resultaba extraño y una sociedad en la que le era complicado integrarse. Afortunadamente, su adicción había quedado en el olvido -su aspecto y su forma de hablar así lo evidencian también-.
Se reencontró con Loli, a la que conocía desde hacía ya seis años, en diciembre de 2007. Por aquel entonces él vivía con sus padres y ella en un piso de alquiler. Al poco tiempo decidieron iniciar una vida en común y fue entonces cuando se vieron en la calle. Ella sólo percibe una paga no contributiva de 326 euros. Él no cobra nada. De hecho, sólo lo hizo durante los primeros seis meses fuera de prisión, algo que no entiende porque asegura que allí estuvo trabajando muchos años y que no le ha quedado a pesar de ello ninguna retribución de desempleo. Sospecha que le engañaron y que los papeles que firmaba como si fuesen nóminas no lo eran en realidad.
Loli Pizarro también ha pasado una larga temporada en la cárcel, concretamente ocho años. Su vida tampoco ha sido nada fácil y ha encontrado en Alfonso la ilusión que antes le faltaba para vivir.
Presente
Ahora se tienen uno al otro, pero su falta de recursos les impide vivir su historia de amor con una felicidad plena. Pasan los días como pueden, encerrados prácticamente todo el día en casa. Ella sale sobre las once a hacer algún mandado y a recoger la comida al comedor social El Salvador. Vuelve, comen y se ponen a ver la tele, a dormir o a charlar. «Sobre todo, lo que le gusta a ella, que le encanta mandar», bromea Alfonso.
No tienen dinero para hacer más. Incluso hay meses en los que ella tiene que pedirle al banco un adelanto de 20 ó 30 euros de su paga. «Si no, Toni Guillén (educador social de El Salvador) me presta algo, luego se devuelve y ya está», comenta.
Futuro
Lo que les espera es lo que más les inquieta. No saben cómo salir de la situación actual. Alfonso ni trabaja ni tiene esperanza de poder hacerlo: «¿Cómo va a ser posible si no tengo oficio reconocido después de tantos años en la cárcel? Encima tengo la etiqueta de presidiario y esta sociedad eso no lo quiere». Ella sí que no podría trabajar aunque quisiese, dice. Está enferma (VIH), tiene que medicarse continuamente y le dan bajones con cierta regularidad.
Agustín sólo pide que le den una oportunidad con un trabajo, de lo que sea, «aunque sea un cursillo remunerado o algo así, me da igual; lo que no puede ser es que nos tengan así». Ella, aunque reconoce que están mejor que otras personas sin hogar gracias al trabajo que han hecho en la vivienda ocupada, también considera fundamental tener un hogar propio, sobre todo después de que técnicos de Urbanismo les visitasen el pasado viernes y les dijesen que tendrán que abandonar ese lugar. «No me importa hasta 150 euros por un piso si hace falta, pero no podemos estar así toda la vida».
wjamison@lavozdigital.es