Volver
Hace tanto tiempo y tan poca distancia histórica de aquel horror, que no podrán volver, como en el tango, con la frente marchita, ni con nieve plateando su sien. Los que regresen a España serán en su mayoría los nietos de los exiliados. «Ínclitas razas ubérrimas», que dijo el padre Rubén Darío. El Gobierno gastará 40 millones de euros para buscarles, pero nadie debe de hablar de dinero, ni criticar esta forma de restitución, aunque la tarea pueda colapsar los consulados. Más colapsó la guerra civil la vida de sus mayores.
Actualizado:Conocí a muchos transterrados españoles, allá por los años 60, cuando yo me daba una vuelta por Latinoamérica, que entonces se llamaba Hispanoamérica, como ahora me la doy por mi barrio. Me di dolorosa cuenta de la permanente punzada que supone la lejanía forzosa del país donde uno ha venido a este mundo ininteligible, que entonces se llamaba patria.
Como en el poema de Alberti, el exiliado sueña con su pueblo y con su casa y no sólo ve, con toda claridad, una fuente con agua, sino que se imagina que esa fuente ha vuelto para darle agua. Conocí a un exiliado, que como otros, llevaba dos relojes, uno en cada muñeca, que marcaban la hora de su nación de acogida y la otra, inmóvil y exacta, que señalaba el momento redondo y amargo en el que tuvieron que huir.
Los hijos mayorcísimos ya, y los nietos del exilio van a recobrar la nacionalidad, pero no la nación, ni el tiempo. Tienen un incuestionable derecho hereditario y sentimental.
De sangre en sangre vienen, como el mar de ola en ola, pero saben que no sólo se es de donde se nace, sino de donde se vive y también de donde se muere. Somos del mundo. Un destartalado mesón, que a pesar de todo suele ofrecer hospitalidades, pero que deja mucho que desear en cuanto a confort. Para los que se van y para los que se quedan.