A través de sus respiraderos
Suena un ¿A esta es! que retumba en las bóvedas de San Marcos y gruñen las entrañas del paso ante la inminencia de una levantá al cielo. El llamador devuelve con un eco sordo el golpe primero que ha hecho alzarse el paso y el mundo, de repente, toma una nueva dimensión bajo las trabajaderas de ese viejo paso que parieron las gubias de un todavía genial Castillo Lastrucci. Una sola orden del capataz, que ahora se distancia con unos pasos hacia atrás, hace que el paso comience, poco a poco, a avanzar hacia el dintel de la puerta del templo con la única melodía de fondo de un órgano virtuoso que va entrecortándose armoniosamente con las pisadas unísonas de los costaleros. Pararse ahí. Un nuevo golpe seco esta vez sin eco que le replique, devuelve los zancos al suelo, arrancando nuevos gruñidos a una madera noble y anciana.
Actualizado: GuardarEcho un vistazo a través de los respiraderos y quedo asaeteado por la luz que se cuela por entre ellos. Veo, complacido y nervioso, que ya sólo unos metros nos separan de la puerta y que la siguiente chicotá será la que ponga el nudo en la garganta, la lágrima en la mejilla, el silencio en la plaza y la marcha real en el cielo. Veo como los últimos nazarenos del cortejo de Cristo salen a la calle donde un baño de luz los recibe dando color a una plaza ya erizada de capirotes rojos. Sólo queda que un nuevo golpe de llamador dé comienzo a la chicotá. Mientras, en el dintel, los acólitos se afanan en mantener vivas las brasas de los incensarios para poder seguir engrosando la nube de incienso que se retuerce en imposibles volutas a pocos metros de la delantera del paso. Un pequeño monaguillo regala al fuego una última dosis de incienso y justo en ese instante vuelve a sonar el martillo. Tres golpes decididos desatan la tensión bajo el paso. Silencio absoluto debajo. Comienzan las voces de mando dentro y fuera del paso y sólo un último golpe, más sonoro que ningún otro de nuevo replicado por otro eco sordo, fruto de la inercia de la levantá logra aplacar la histeria de los prólogos. La tensión da paso a la concentración, a los dientes apretados y el oido atento. Una nueva voz del capataz, y de nuevo el paso en movimiento mezclando sus mecidas esta vez con sonido de trompetas y tambores que desde el exterior se deslizan a través de los roleos barrocos que forman los respiraderos. La voz de un costalero llama al entusiasmo a la vez que pide concentración y buen hacer, y también costero y sobre los pies para finalmente pedir costero otra vez, fundiendo la carne con la madera en un todo del que ya será imposible separar paso y costaleros.
Así, poco a poco, el paso se echa a la calle desbordando los sentidos. Un derroche de luz, sonido, olor, música, esfuerzo, estética, movimiento y precisión que se abre paso ante un mar de ojos abiertos que buscan la mirada de Cristo Sacerdote. Y allí, bajo ese respiradero, veo todo aquello desde el mejor de los sitios posibles. Veo sus ojos asombrados, sus bocas entreabiertas, sus pechos persignados por unos dedos que aun saborean el tacto de un paso que flota en el aire al compás de la música. Un paso viejo, un barco viejo, quizás, que sabe mucho de salidas como esta y como otras, en San Marcos y en Triana. Un paso que ha sabido hacerle hueco a muchos costaleros a lo largo de su historia, regalando el hermoso espectáculo que es ver el mundo a través de sus respiraderos. Algo que no podría explicarles en sólo un artículo.