
Turquía da la espalda a Europa «Nos hemos prohibido emplear la palabra crisis»
Los ciudadanos del país miran con recelo la adhesión: «No seríamos bien recibidos»
Actualizado: Guardar«En los años 70 y 80, los ciudadanos turcos queríamos formar parte de la Unión Europea. Era un sueño. Ahora no. ¿Por qué? Porque ya no hay tanto dinero como antes. Se lo gastaron en los años 80 en España, Portugal y Grecia. Ya no nos sirve de nada integrarnos en la UE». Asaf Savas Akat, profesor de Economía de la Universidad de Bilgi (Estambul) y columnista del periódico Vatan, diagnostica con estas palabras el sentir de sus compatriotas acerca de su integración en el club continental. Pese al empeño y a las reformas capitalizadas por el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, las calles de un país que respira aires asiáticos y europeos regatean a la UE. Lo dice este especialista. Y las encuestas lo refrendan: menos del 40 % acepta la adhesión.
Ha sido un largo proceso. Arrancó en 1963 con la firma del Acuerdo de Ankara. El 3 de octubre de 2005 se iniciaron las conversaciones formales, seis años después de que Turquía fuese declarada candidata a Europa. Se puso una fecha para la adhesión: 2015. Ya nadie se la cree. Y eso es uno de los motivos del desencanto popular. «Se habla de 2023, e incluso de 2030. La gente lo veía como algo cercano, pero ahora... Tantos aplazamientos les han desanimado. La UE espera que Turquía se canse y diga no a su entrada», estima el profesor.
El Ejecutivo de Erdogan desfila hacia el cumplimiento de los deberes impuestas por Bruselas, que observa la importancia de contar con un aliado con grandes fuentes de energía. El Gobierno ha desterrado la pena de muerte, ha aprobado leyes para dignificar las condiciones de vida de la mujer, ha tratado de limitar la potente influencia militar... «Desde que vine aquí, en 1983, se han desarrollado muchísimas mejoras. Pero aún le queda mucho camino por recorrer...», explica Marinus Guillet, un corresponsal de la agencia Ad Niewsmedia. Esta visión la comparten algunos políticos, como el gobernador de Bursa. «Nos estamos preparando para entrar. Y tenemos que hacer un serie de cambios, tanto legales como estructurales», acepta Sahabettin Harput. Estima, entre ellos, fortalecer la joven democracia.
El término integración, en cambio, se esquiva en la calle. Algunos asumen que su llegada provocaría cierto recelo en el continente. «Los turcos sabemos que no seríamos bien recibidos», aceptan. Hay ciertos dirigentes, como el presidente de Francia, Nicolas Sakorzy, que se oponen a la entrada del antiguo imperio otomano, un país de 70 millones de habitantes que se convertiría en el segundo más grande por detrás de Alemania y, en consecuencia, con más poder en el Parlamento Europeo, con 86 escaños. «Ese país no está en Europa», se justificó el inquilino del Eliseo.
¿Laico o islámico?
En el imaginario comunitario esa prevención cuenta con un nombre claro: la religión. El islamismo. Y todo pese a que la Constitución turca de 1982 establece que el Estado es «laico». No obstante, el Gobierno de Erdogan ha sido acusado en múltiples ocasiones de impulsar medidas a favor del culto a Alá.
Los turcos acumulan otras reticencias. Una, el problema chipriota. Europa puso como condición para la integración el reconocimiento del país. No lo ha hecho porque hace cuatro años se celebró un referéndum para impulsar la unificación de la isla. La respuesta fue negativa por el masivo voto griego. Asimismo, subyace el miedo turco a perder parte de su identidad nacional, forjada por Mustafa Kemal Atatürk, padre de la república. El lunes se cumplieron 70 años de su muerte y la exaltación patriótica se dejaba ver por cualquier esquina. Era un europeísta convencido e impulsó el laicismo en el Estado. En ese intento por fortalezar el nacionalismo turco, Atatürk suprimió la cultura de los kurdos. Esto provocó grandes protestas que se han ido radicalizando hasta convertir sus reivindicaciones en actos terroristas comandados por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Los turcos sienten que Europa no coopera en esa lucha.
Sólo para liberar al Estado, los turcos querrían entrar en la UE. Porque en el ámbito económico sus recelos son enormes. No sólo porque ya no hay tanto dinero en las arcas comunitarias. También porque ya existe un acuerdo de Unión Aduanera desde 1996. Por otro lado, los empresarios saben que entrar en la UE les provocaría una mayor competencia. Y además, les exigiría afrontar grandes inversiones para que sus centros de trabajo cumplan con la normativa comunitaria. Destrozada por una grave crisis en 2001, la economía turca había observado desde una cierta distancia los sopapos financieros padecidos por otros países. «No estábamos integrados en la economía mundial. Por eso habíamos resistido», explican varios especialistas. Hasta ahora. El ascenso de esta pujante economía, que ha crecido un 7% en los últimos años, se ha estancado. Ya no hay tantas exportaciones y el consumo interno ha caído. Nadie, sin embargo, habla abiertamente de crisis. Ni el Gobierno, ni los medios de comunicación... «Nos censuramos nosotros mismos. Tenemos mucho cuidado con las palabras. Es tabú. El 50% de la economía es psicología y después de lo que ocurrió hace siete años, tratamos de evitarla», explica Eyüp Can Saglik, redactor jefe del periódico económico Referans, integrado en el grupo Dogan, crítico con Erdogan. Éste y su Ejecutivo tampoco hablan de problemas financieros. Su preocupación son las elecciones municipales de 2009. «Se han planteado como un referéndum», resalta Barçin Yaninç, del 'Turkish Daily News'. «Un triunfo del AKP aumentaría su poder. Y tengo miedo porque impondría una política más conservadora religiosa y socialmente», recela Saglik.