Quiñones sobrevivió a Quiñones
Anduvo a veces cabizbajo Fernando Quiñones, durante los últimos meses de su vida, maliciando que si hubiera dedicado más tiempo a la escribanía y no a la vivencia, quizá hubiera podido concluir algún que otro proyecto inacabado: su soñada novela sobre los Balbo de Cádiz, por ejemplo.
Actualizado: GuardarAlgunos años antes, había tenido que afrontar la penosa experiencia de mendigar editorial, hasta que se le abrieron varias puertas al unísono, desde la de Planeta para publicar La visita o la de su amigo Mario Muchnick para El coro a dos voces, mientras Cristóbal Delgado se afanaba en una cumplida selección de sus relatos y crónicas en edición de lujo.
Desde que le conocí, acepté la idea de que los nuevos y viejos eruditos a la violeta jamás aceptarían a aquella especie de mustang salvaje que galopaba por academias y bibliotecas como si fueran praderas remotas o playas de Cádiz.
Difícilmente podía congeniar su espíritu de vividor con esa horda de petimetres que la única vida que parecen ansiar es la póstuma.
Pero nunca entendí que él se convirtiera, por su influjo, en una suerte de arrepentido de sí mismo: ¿de dónde iban a salir Cantueso y Hortensia, o Luis El Mula o Ben Jaqan si no era de esa rara bruja que marcó su infancia entre el colegio de San Felipe y los muelles, entre el padre arruinado y la carne de bragueta, entre el vino y los toros, entre la ecología y el andalucismo, entre Jorge Luis Borges y Antonio Mairena?
Muchos quizá maliciaron que el escritor Fernando Quiñones no iba a sobrevivir a su muerte física.
Diez años después, la labor tan modesta como paciente de la Fundación que lleva su nombre, con la complicidad de diversas instituciones, organismos y editoriales, no sólo ha logrado mantener vivo su perfil de pícaro posmoderno sino su cumplida carrera como escritor de una pieza, todoterreno, riguroso y neologista, aventurero e íntimo. Si su pasta bohemia y sus excesos ocasionales no pudieron matarle como narrador, poeta, ensayista, charlista y comunicador, ni sus adversarios ni sus envidiosos han logrado darle la puntilla del resquiacat in pacem.
Una década después de que saliera a comprar tabaco, el Quiñones sigue teniendo mucha vida por delante.
Y nosotros que la veamos.