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Vida y obras de un librero socialista
Alfonso Guerra relata en el Simposio de la Fundación Goytisolo su «obsesión lectora» y desvela los títulos que determinaron sus principios personales e ideológicos
Actualizado: GuardarCuando Alfonso Guerra se llamaba Andrés, no era político, sino librero. A finales de los 60, los jóvenes renovadores del PSOE, obligados por la clandestinidad, utilizaban alias, vestían jerseys de cuello vuelto y leían a Sartre o a Camus, según soplaran los vientos existenciales que venían de Francia. Los socialistas sevillanos tenían, como refugio, la librería Antonio Machado, propiedad de un intelectual introvertido, orador ácido y lector voraz que acabó siendo vicepresidente del Gobierno. Entre anaqueles repletos de obras prohibidas, escondidas -como ellos- en la trastienda del local, se fraguó la ruptura de Toulouse y los principios de Suresnes.
La historia de Alfonso Guerra con los libros -que desgranó ayer, en la segunda jornada del XVI Simposio de la Fundación Luis Goytisolo- es la historia de una carencia. De pequeño, los problemas económicos de sus familia (un pastor de ovejas y una ama de casa con 13 hijos a los que alimentar) le impusieron el modelo autodidacta. Aprendió a leer con novelones por entregas que su padre narraba en voz alta (Pablo y Virginia o Los Miserables). Cuando por fin pudo acudir al colegio, su facilidad para el estudio le abrió muchas puertas. En la biblioteca del centro se familiarizó con el teatro ilustrado, aunque su mayor descubrimiento fue Steinbeck. Las uvas de la ira, La perla y Dulce jueves son algunos de los títulos que tiene irremisiblemente asociados a su toma de conciencia social. «Ese estilo directo, cortante, esa forma tan pura de contar la realidad, me llenó la cabeza de preguntas -reflexionó Guerra-: ¿Eso tan duro es la vida? ¿Un mero ejercicio de supervivencia?».
Gracias a los padres de sus amigos leyó a Ortega, Moliere, Marañón, Pérez de Ayala, Galdós, Valle Inclán y, sobre todo, a Machado. «Me topé con un texto mínimo en el que el poeta hablaba de un paseo infantil por el Retiro en el que escuchó una voz que guardaba el timbre inconfundible de la verdad», relató Guerra. «Resulta que se refería a un mitin de Pablo Iglesias, y esa fue la primera vez que oí nombrar a ese hombre».
Ya bien entrado en la adolescencia pudo comprar sus primeros ejemplares: «Apareció en casa un vendedor de las obras completas de Aguilar, a un precio asequible, y aquello cambió mi vida». Tolstoi, Chéjov y Dostoievski le enseñaron «la verdad sobre el alma humana»; Shaskespeare le conmovió y Goethe forjó «el lado más romántico de mi espíritu». «Me demostró que el amor puede estar más allá de los códigos morales y de las convenciones porque, como escribió otro poeta más tarde, para el amante sólo la locura es lo sensato». Fue también aquel el tiempo de la Generación del 27, de Sófocles, Platón, Plutarco y del «impacto de Jorge Manrique», capaz de exponer «con palabras sencillas algunas verdades eternas, como la fugacidad de la vida o la insustancialidad de los bienes materiales».
Y llegó 'El Quijote'
Justo antes de abordar la edad adulta, se embarcó en la «aventura de El Quijote, la mejor novela de la Historia de la Literatura, no sólo porque por primera vez contó la realidad, y no su representación, sino también porque nos deja ver el taller del escritor, «como Velázquez nos dejó ver el suyo en Las Meninas». Entró en la madurez acompañado de un trío de damas ilustres: Madame Bovary, La Regenta y Ana Karenina. «En la Universidad me di el mayor atracón de libros de mi vida: Stendhal, Balzac, Eliot, Jane Austen, Dickinson, además del dúo Sartre y Camus», recordó. «Leía a Camus cuando decían que era una desviación burguesa y a Sartre cuando podían acusarte de postestalinista, aunque siempre preferí a Camus». Como reacción a las carencias de su infancia, montó la Antonio Machado. «No se me ocurría mejor forma de ser feliz que viviendo en una librería».
La otra gran revelación de su trayectoria lectora fue En busca del tiempo perdido, «mi segunda novela predilecta, de la que no entenderé nunca que digan que es tediosa».
Pero el PSOE ganó las elecciones, una gran noticia para el Guerra político, pero una pésima para el Guerra lector. «Ahora que tenía recursos, no tenía tiempo». Empezó a aplicar un criterio «muy selectivo» para elegir los títulos, con algunas premisas fundamentales: «Prefiero la relectura a perder el tiempo con obras actuales, pero malas; nunca lo nuevo sobre lo bueno». Luis Martín Santos, Juan Gilabert, García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald, Sábato, García Hortelano, Gil de Biedma, Julián Ayesta, Sándor Marai, Joyce, Verne, Kafka, Gracián, Pessoa, MacEwan, Russell, Thomas Mann, Coetzee...
El listado es interminable, porque Guerra presume de su «cultura libresca»: «Los libros me han enseñado casi todos los principios y valores que me rigen: que no es lo mismo ser rebelde que revolucionario, que sólo la dignidad es el principio de la supervivencia, que la condición humana es pequeña, pero capaz de grandes hazañas y, sobre todo, que no existe la vida plena sin la literatura...»
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