EN LA SALA CAL. Una de las pinturas expuestas por la jerezana Magdalena Bachiller. / LA VOZ
VELADORES DE HUMO

El sábado pasado no fue un sábado cualquiera

En noches como ésta, donde pintores chiflados (pero de verdad, con medicación), amigos estrambóticos y soledad compartida se reunen, la vida cobra un sentido único y distinto. Por fin la vida, sin su piel,

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En noches como ésta las conversaciones se diluyen felizmente y los cabreos se deconstruyen como una tortilla de patatas de Ferrán Adriá.

Este sabado por la mañana lo he comenzado acudiendo con un amigo a la inauguración de la exposición de mi amiga Malali Bachiller en la Sala Cal (¿Coño! Parezco Carrión con tantos amigos). Como a mi acompañante le horrorizan las reuniones sociales, me ha sacado de allí en un plis-plas; la visita ha sido un visto y no visto Pepe Arcas, que al parecer ha vuelto a su omnipresencia. Saludar a Jaime Bachiller, Ramón González de la Peña y a Malali, y salir pitando fue la misma cosa.

Bien que lo siento por mi amigo, porque la pintura de Magdalena, como era de esperar, requiere una dedicación mas lenta y sosegada: esa reciedumbre de ángulos y grises, esta sobriedad de artista que nada tiene que demostrar, mas que a sí misma, merece un tiempo solo para ella; sin saludeo ni canapés.

Ya por la tarde de este extraño sabado, me llama una antigua novia sevillana con la que, de milagro, no coincidí en la inaguración; uno de esos amores primerizos y ciertos con los que uno comienza el duro aprendizaje de hacer el jilipuá con las señoras. Y ahí seguimos.

Gracias a dios no venía con el capullo del marido, así que el encuentro, después de casi veinte años, ha sido un tanto surrealista pero bastante agradable.

Me ha dado por imaginar una procesión de antiguas novias, de mujeres estupendas que te recuerden la infinitud de la idiocia, lo que pudo ser y ya nunca será. Algo así como un cuento de navidad de Dickens, como si Mister Scrooge tuviera faldas y estuviera, además, buenísima y tuviese cien caras. Una pesadilla, pero de las que apetecen,

En fin, que, antes de dejar volar completamente la imaginación, termino este raro sabado remitiendoles al principio de esta columna.

El jueves, Localia

Hoy jueves me han invitado a la presentación de la programación anual de Localia, a ver si hay canapés, o la crisis se los ha llevado por delante.

Cada vez que se habla de Radio Jerez o Localia se llenan las bocas con los nombres de Lobatón, Rollán o Cantizano. Pero para cualquier jerezano la primera imagen que uno asocia con la emisora de la calle Guadalete es la sonrisa y el amable desparpajo de Mercedes, que tanto me recuerda a la canción de Serrat: «Tiene Merceditas la recepcionista...».

Yo no sé cuanto tiempo lleva Merceditas en Radio Jerez;tampoco sé, ni me importa, a qué santo se encomienda para conservarse tan joven. Como si el mundo, el tiempo y sus miserias no pasasen por ella. ¿Ay Mercedes! A uno le apetece ir de vez en cuando por Radio Jerez sólo para que le sonrías.

Si el puesto de recepcionista no existiera, habría que inventarlo y ponerle la cara de esta joya, de esta puñetera que parece un martillo metido en mateca. Hay ocasiones, y Mercedes es el mejor ejemplo de ello, que la mejor cara de una empresa es la primera que te encuentras al traspasar la puerta. Y como no sucede muy a menudo esto de las caras amables, de personas que parece que les gusta su trabajo y disfrutan del trato con la gente, hoy he querido darme el gustazo de rendirle este pequeño homenaje a mi antigua clienta del Tabancode la calle Muro. A mi amiga Mercedes, la eterna sonrisa de Radio Jerez. rafabtoledano@hotmail.com