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Sociedad

La dignidad del cargo

Lo más costoso no va a ser refundar el capitalismo, sino redecorar los despachos. Gastar cantidades desproporcionadas, conscientes de que las paga el Presupuesto, no es ninguna inconsciencia. Tampoco contratar más asesores, ni más consejeros, ni más guardaespaldas, ni adquirir más vehículos personalizados, que quizá sea la única manera de otorgarle alguna personalidad a sus ocupantes. Lo que ocurre es que el sufrido pueblo español empieza a reprobar el despilfarro de sus efímeros mandatarios. La mitad de la gente piensa que son unos derrochadores y la otra mitad, que gusta expresarse con menos reserva, cree que son unos sinvergüenzas.

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Si optamos por un prudente término medio, vamos a limitarnos a decir que son bastante inoportunos. Se aflojan los bolsillos para soltar dinero en suntuosidades presuntamente artísticas, mientras se endurece la crisis de muchas empresas. Más de 2.000 trabajadores se han manifestado en Barcelona contra el expediente de regulación de empleo presentado por Nissan. Un ejemplo de solidaridad, ya que no quieren despedir cariñosamente más que a 1.680. A quienes les van a decir que han tenido mucho gusto en conocerles y que Dios les ampare, le han sentado fatal estos proyectos empresariales.

Utilizaron piedras, huevos y vallas protectoras para apedrear las oficinas, pero quizá no debieron emplear una de estas clases de proyectiles, no sea que Sarkozy nos tenga que suministrar en el futuro el producto imprescindible para hacernos, una para cada uno, tortillas a la francesa.

Se impone un poco de mesura en el gasto público. Si no queremos llamarle pudor, vamos a buscarle otro sinónimo de la palabra hipocresía. La dignidad del cargo no se mide por los centímetros de altura de la moqueta. Si bien se mira, ésta sólo rebasa en algo la talla real de quienes la pisan.