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OTROS TIEMPOS. Manuel Ruiz nos acerca pequeños juguetes de los años setenta.
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Aquellos maravillosos años

Acudir al puesto de Manuel Ruiz es transportarse a la niñez para aquellos que la vivieron en los años setenta u ochenta

MANUEL SOTELINO
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Todavía quedan algunos. Si lo que busca es tener algunos artículos de juego relacionados con los vivieron su infancia en los años setenta y ochenta, su lugar es el escaparate que Manuel Ruiz monta todos los domingos en el Rastro de la Alameda.

Tampoco da muchas explicaciones de cómo los ha conseguido, pero aquellos maravillosos años, para los que ahora están a punto de pasar la raya de los cuarenta, estaban siempre relacionados con un trompo, o un simple recortable de papel.

Manuel sigue a lo suyo. «No te digo dónde los consigo porque comenzaría entonces la competencia», dice con cierto tono de superioridad. El caso es que muchos jugaron con los recortables o con las canicas, mientras Suárez decía a todos los españoles por medio de la televisión aquello de «puedo prometer y prometo».

Su puesto es un viaje nostálgico a aquella época. Trompos nuevecitos con sus cuerdas -faltan esas curiosas cuerdas de macarrón de plástico que las había de todos los colores-, láminas de recortables para las chicas, fichas de dominó o cromos con los que jugaban también las chicas haciéndolos saltar con tan sólo un golpe seco con el hueco de la palma de la mano para hacer aire y levantar los cromos. Aquellos que caían boca arriba eran los que ganaba quien llevara el turno.

Más allá están los bolindres, y los bolanchos. Canicas americanas, que eran las blancas parecidas al mármol, o las españolas que eran de simple cristal. Ya nadie juega a los bolindres. Ni al trompo ni a la lima. «Estos fabricantes han cerrado. Quedan muy pocas cosas en circulación. Por eso no te digo el lugar donde compro. Aviso a padres más que a hijos -los chicos ya ni siquiera sabrían a qué responde cada juego-. Ultimas existencias».