REGRESO. Beigbeder vuelve al mercado literaria con la crítica obra 'Socorro, perdón'. / LA VOZ
Cultura

Perder está de moda

Fréderic Beigbeder y Pierre Mérot coinciden en las librerías con dos novelas 'sucias', que cuestionan el triunfo como un valor necesario e intocable en la sociedad contemporánea

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Francia exporta escritores nihilistas, decadentes, agresivos y amargados. La literatura gala, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en un oscuro hervidero de autores resentidos por una larguísima relación de motivos insondables: la muerte de la conciencia, la desgana consumista, el determinismo biológico, o la decepción constante que implica el estar vivo.

Es cierto que el fenómeno no es del todo nuevo. El Realismo dio paso al Naturalismo (la animalidad), al Existencialismo (la nada, como condición esencial de lo humano) y Sastre y Camus hicieron escuela vendiendo su angustia al por mayor. Pero la tendencia, gracias en parte a Houllebecq y a sus Partículas Elementales, ha mutado sin perder el norte.

La negación de la inteligencia (o al menos su condicionamiento), el afán autodestructivo, el horror vacui cotidiano, la maldad como parte irrenunciable del yo, el individualismo totalitario, excluyente, la emotividad torpe y tramposa y el desengaño social ganan posiciones en la escala de temáticas fetiche de los escritores vecinos.

Dos de los títulos más celebrados por la crítica francesa en la última temporada apuntalan esta propensión al exhibicionismo sucio, fruto de la desesperanza y del desencanto. Socorro Perdón, de Fréderic Beigbeder, y Mamíferos, de Pierre Mérot, constituyen ejemplos representativos de cómo la tristeza (en su versión íntima o en la belicosa) es un caldo de cultivo propenso para la buena literatura.

Darwin apesta

El tío (protagonista absoluto de la novela de Mérot) es un fracasado paradigmático: divorciado, alcohólico, escéptico y quejoso, se dedica a rondar chicas fáciles y afligidas en garitos suburbiales. No cree en el amor, ni en la familia, ni el futuro. Pero, sobre todo, no cree en los demás. Sus peripecias, contadas en primera persona (a veces disfrazada con un usted apelativo), se mueven entre la crónica sátrapa, el ensayo sociológico, la biografía sórdida y la confesión redentora. Todo ello en un tono que utiliza, cuando conviene, el humor como coraza y la ironía como bisturí, aunque en los pasajes más duros se llena de matices sombríos.

El narrador quiere convencernos de que la especie humana continúa seleccionando a sus retoños, sometiéndolo a sádicos protocolos sociales, familiares o intelectuales. Una buena persona no tiene por qué tener una buena vida si no es fuerte, ambiciosa, productiva. Esa toma de conciencia de que las reglas del juego no hacen distinciones entre almas cándidas y espíritus desalmados, conduce irremediablemente a la crueldad, ejercida casi arbitrariamente, proyectada sobre el primer angelito que se nos pone por delante.

La premisa fundamental de Mérot es que la libertad nace en la renuncia: en darle la espalda a los retos profesionales, a las exigencias de la pareja, a los sueños inasibles y a la tiranía de las expectativas que cualquiera, en un arrebato de optimismo, haya podido depositar en usted. De esa forma, se rompe el círculo vicioso. La clave está en fracasar de antemano, según la acepción occidental del término. O, al menos, en intentarlo.

El regreso del bufón

Beigbeder le dio una patada al avispero con 13,99. Se permitió el lujo de consumar un anhelo colectivo y escribió un libro con el único propósito de que lo echaran del trabajo. En su primera novela (autobiografía pura y bastante dura) desmantelaba el mito del creativo feliz y apuntaba a la línea de flotación del capitalismo, cuestionando nada más y nada menos que el sentido moral de la publicidad.

En Socorro, perdón, Beigbeder aguanta la voz, aunque cambia el tercio. Narra las vicisitudes del mismo personaje (Octave Parango) como un cazatalentos sin escrúpulos que prueba sílfides en la Rusia ácrata del siglo XXI, para después venderlas al sádico mercado de la moda francesa.

Otra vez presume de su hastío, aunque sea de la belleza. Y otra vez milita en la la reacción pendenciera ante el acoso del sistema. Otra vez el uso descarnado de la primera persona, el tono confesional, los objetivos imposibles, la noche indecente y el alcohol como anestesia.

Con esos mimbres, Beigbeder ha firmado su mejor novela. En Socorro, perdón afina en las costuras de la trama y mantiene la tensión de la lectura gracias a un medido goteo de anécdotas, que hacen avanzar la acción por encima de las densas disquisiciones políticas o sociológicas.

Aún así, el autor, de vez en cuando, hace trampas. Para mantener a flote su venenosa artillería filosófica, extrema algunos detalles y manipula la historia con giros inverosímiles. Nada dramático, ya que lo excepcional del texto no está en la trama, sino en la mirada, en esa visión descreída, escabrosa y feroz de este caótico principio de siglo.

dperez@lavozdigital.es