UNA FAMILIA. Voluntarios y auspiciados encuentran en Virgen de Valvanuz un punto de ayuda. / NURIA REINA
Ciudadanos

Sensibilidad solidaria

Los tiempos de crisis no merman la actividad benéfica en Cádiz, donde Cruz Roja dispone de 2.740 voluntarios

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La sensibilidad, en dosis justas, no es mala compañera de viaje. Basta con tener los sentidos en alerta y captar el significado de los silencios en quienes te rodean. En estos meses de debates en torno a la economía del mundo, se tiende a mirar la debilidad en el propio bolsillo. Sin pensar en lo que acucia una mayor inestabilidad. Lo más valioso no va envuelto en papel de regalo. Puede valer un simple gesto. Como el que a diario brinda la agrupación local de Cruz Roja, que contabiliza en sus filas un total de 2.740 voluntarios. Con el objetivo de enmendar los desajustes de la sociedad.

A María de Andrés García le basta sólo con la sonrisa de un niño. Esta estudiante de 3º de Ciencias del Mar y Ambientales pasa unas horas a la semana en el Puerta del Mar. Allí trabaja en una ludoteca del área pediátrica. «Hacemos talleres con los niños e intentamos que, por un momento, se olviden de dónde están», resume. La joven lleva cuatro años como voluntaria de la Cruz Roja en Cádiz. Siempre lo tuvo claro. «Las acciones solidarias se hacen siempre movidas por un sentimiento», explica. De sus compañeros de juegos resalta su generosidad y sinceridad. «Con poco que les des, ellos te responden con creces», asegura.

Sentir con palabras

Abuela y nieta se sientan juntas a hacer la tarea. Comparten lápices y cuadernos. Les gusta engullir con la mirada millones de letras impresas. A Matilde Vélez todo esto le parecía impensable hace unos meses. Hasta que dejó aparcada su timidez y entró en el taller de alfabetización impartido en la Asociación de Afectadas de Endometriosis de Cádiz. Allí encontró a su primera profesora de escuela, Susana Gómez, jubilada ya de su profesión como docente en primaria y secundaria.

«Para mí, habilitar a una persona, sea un niño o un adulto, con el uso de la lengua escrita y oral es como regalarle un don», explica la maestra con dulzura. Su conversación es reposada. Parece que canta con las palabras. Son vestigios de su acento argentino. Aunque no olvida las lecciones de generosidad que aprendió de sus padres, ambos procedentes de Andalucía. «Sobre todo una: la necesidad de expresar todo aquello que sentimos», remacha.

Sus conocimientos en lingüística se le antojan como «una bendición de Dios». Porque, en otros lugares del mundo, hubo gente con diferente suerte. El aprendizaje que infunde a las alumnas, cada lunes y jueves, le supone felicidad. Esa alegría toma forma de un mensaje o un documento.

«Siento que simultáneamente les abro una puerta y muchas ventanas», explica. Logran plasmar la angustia y la queja, así como la llegada de la alegría. El enriquecimiento, vinculado al idioma castellano, es mutuo. «Se trata de una riqueza que todos los humanos tenemos y se sufre mucho cuando no se puede desarrollar esa competencia», explica la docente. Para Susana, dar «es siempre recibir algo valioso».

Llenar el vacío

En el comedor Virgen de Valvanuz, se cuece otra gran familia. Tere, voluntaria de la fundación, saluda a los que van llegando. Ella tiene la cabeza y la vista hundida en un pasatiempo del periódico. Mientras tanto, intercambia expresiones con un señor que trae un carro de la compra vacío. Actúan como si se conociesen de toda la vida.

En este centro de la calle Santiago, colaboran una treintena de personas de manera activa. Luego, la red de socios colaboradores suma unas 700 aportaciones particulares. A través de estas ayudas, la entidad atiende a más de 130 familias en Cádiz. Aunque, en el último mes de «crisis abiertamente reconocida», el número de auspiciados va en aumento. Sus problemas son también los de Mila Aragó, gerente del centro. «La cabeza nunca descansa ni aquí ni cuando llego a casa, siempre estoy pensando cómo les puedo ayudar», asegura.