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EL MUÑIDOR

En otro tiempo

EN tiempo no muy lejano mu lejano solía ser costumbre, y aún lo salvaguardan muchos de nuestros mayores, utilizar un particularísimo despertador, a saber, las Ánimas Benditas del Purgatorio. Se rezaba un padrenuestro al acostarse y se pedía despertarse a una hora determinada e infaliblemente, a la hora exacta suplicada, el desvelo hacía acto de presencia. Yo soy testigo fiel de la usanza invocada, aunque he de confesar que muchas veces me acongojaba con aquellas otras leyendas urbanas que testimoniaban que había quienes se despertaban sobresaltados al oír que alguien golpeaba el cabecero de su cama o haber sentido un fuerte zamarreo en su cuerpo. Baste leer, lo recomiendo efusivamente, Entre el cielo y la tierra. Historias del Purgatorio, de María Vallejo-Nágera. Impresiona.

JOSÉ MANUEL MEDINA LECHUGA
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Y es que las tradiciones católicas, que en las hermandades se mantienen afortunadamente muy presentes, como esta de honrar a las Ánimas Benditas, tan propia del mes de los difuntos, por desgracia, se va perdiendo, unas veces por la interrupción oral de la tradición costumbrista y otras por el descarado celo anticatólico. Menos mal que las hermandades y cofradías, se aferran, pese al embate continuo, al mantenimiento de tradición católica del culto a las imágenes sagradas, entre otras virtudes, pese a que no son pocas, como nos recuerda nuestro Administrador Apostólico, las «tentaciones del reduccionismo culturalista o folklórico con el que el pensamiento dominante o alguna instancia de poder tratan de socavar la idiosincrasia cristiana que sustentan las Hermandades y Cofradías».

En este mes, el de las enlutadas titulares dolorosas, en el que las hermandades conmemoran a sus hermanos y fieles difuntos, a todos los nos que han precedido en este mundo y los cuales, por esa nuestra esperanza, viven felices hoy en la Casa del Padre, hete aquí la razón de mi artículo, tampoco debemos dejar de recordar a nuestros mayores, a los que nos precedieron en el gobierno de nuestras hermandades, a aquéllos que continúan imperturbables en el recuerdo por el amor a nuestros titulares, a aquéllos que ya han sido olvidados pese a sus desvelos y esfuerzos, a los despachados en la memoria. Y es la más de las veces como Don Juan Tenorio, no somos pocos los que proclamamos:

«Partid los días del año

entre las que ahí encontráis.

Uno para enamorarlas,

otro para conseguirlas,

otro para abandonarlas,

dos para sustituirlas

y una hora para olvidarlas».

Y luego ya se sabe,

«Llamé al cielo, y no me oyó,

pues sus puertas me cierra,

de mis pasos en la tierra

responda el cielo, no yo».