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La aguja de Fernando Calderón
Hemos querido acercarnos al taller de uno de los profesionales más destacados de nuestra Semana Mayor. El bordador acaba de terminar los trabajos para la Coronación del Valle.
Actualizado: GuardarDe fondo, no escucho Campanilleros ni Estrella Sublime. Tampoco escucho una sevillana cantada bajito por el Coto, ni un pitero y un tamboril. Suena el Ave María de Schubert, lo que habla bien a las claras de que la preparación de este cofrade es muy superior a lo que muchos otros ofrecen. Prioste de la hermandad del Rocío, y cofrade hasta la médula, Fernando Calderón ha ido abriéndose hueco poco a poco en el mundo de las cofradías, y se ha metido casi sin darse cuenta hasta la cocina de muchas de las corporaciones a las que ha prestado sus servicios.
Sobre la mesa, un portátil, y poco más. Sorprende, puesto que la mayoría de talleres te reciben en un despacho desordenado y sin mayores pretensiones. Fernando es cuidadoso hasta el detalle, y su taller completo rebosa orden y limpieza. Al entrar, muchas telas, de diferentes tipos, incluso de fallera, lo que refleja la preocupación de este artista por algo que el resto considera exclusivamente soportes del bordado. Sobre su cabeza, el Gran Poder, la Macarena y la Estrella enmarcados dan al despacho un aire intimista, que se rompe con la naturalidad y cercanía de este artista, que se considera un afortunado.
«Yo trabajo en lo que me gusta, y encima me pagan. No puedo quejarme por nada». Pero no trabaja exclusivamente en los bordados, sino que la docencia es parte fundamental de su trabajo. Dirige con acierto, y si no que le pregunten al Cristo, la Escuela Taller donde se ha pasado a nuevo terciopelo el techo de palio de la hermandad del Valle. Y está satisfecho. «Hay piezas que no pueden entrar en la Escuela, porque evidentemente, y aunque yo esté encima de ellos, son aprendices que no tienen todavía la solvencia necesaria para ejecutar ciertas intervenciones, pero la Escuela le está haciendo un gran bien a las cofradías». Este mismo pensamiento se tiene en el Cristo de la Expiración, donde saben que si no fuera por Fernando no se podría haber pasado un techo de palio que estaba literalmente quemado por una defectuosa intervención anterior. Así que había poco que perder...
Cuando salimos del despacho, todavía hay una mujer trabajando, y son casi las diez de la noche. Es su mujer, que trabaja y ayuda a Fernando y nos abre las interioridades de un taller que se ha quedado huérfano tras entregar todos los enseres que la cofradía del Valle ha estrenado para su coronación canónica. Y el más importante de ellos, sin duda, es la saya de coronación de la Señora, todo un ejemplo de dibujo y bordado.
«Yo comprendo que es complicado que entre un encargo así. Generalmente las hermandades vienen sin dinero, y exigiendo en los plazos, cuando son ellas mismas las que luego incumplen los plazos de pago fijados». Pero en este caso, había libertad de ideas, porque había presupuesto para ello. «He creado una saya especial para ella, con un tisú de oro de primera calidad de soporte, donde la hojilla es el principal elemento vertebrador de la pieza, que luce además matices en sedas y milanés». Una locura que está estrenando ahora la Virgen del Valle, y que bien merecería una visita a la Ermita de San Telmo para poder apreciarla con mayor detenimiento.
El taller, vacío en la actualidad, espera nuevos encargos. Fernando ha dado descanso a todas sus trabajadoras tras las intensas semanas de trabajo donde han tenido que poner a mano los flecos de las caídas del palio del Valle, el pasado a nuevo terciopelo y restauración de piezas del techo de palio y la saya de coronación, una carrera contra el reloj que acabó el viernes, último día del mes de octubre, a las cinco de la mañana. «Iba preocupado por la hora en la que entregué la saya, pero le faltaban unas horas de trabajo que no podía desperdiciar. Gracias a Dios, Fernando Barea y la hermandad lo entendieron cuando vieron el resultado final».
Pese al volumen de trabajo, se le ve ilusionado con nuevos proyectos. Lo primero que quiere es separar taller de tienda, algo que conseguirá gracias a las dependencias que tiene en la Ermita de Guía. La intención es dejar el actual taller en el Zoco de Artesanía de Jerez para exposición y tienda, y recibir allí a las Juntas de Gobierno y los encargos más importantes. «Pero el taller es sagrado. Me gusta la intimidad, el trabajo en silencio, el buen gusto a la hora de hacer las cosas. La intimidad de un taller es fundamental en mi trabajo». Y claro, esa intimidad que él requiere de su taller lo exige a sus trabajadores. «Hay muchas cosas que se dicen en el taller que no pueden salir del mismo, porque pueden llegar a hundir la carrera de un artista en medio minuto. La prudencia es una virtud en mi taller, y lo exijo a quien quiera trabajar conmigo».
De hecho, la Escuela Taller cobra de nuevo protagonismo en este sentido, puesto que ya ha llamado a varias niñas que pasaron por sus dedales para trabajar con él. Considera la Escuela un taller de aprendizaje de dos años, donde debes aprender mucho más que a bordar y coser. Fernando enseña también actitudes.
Y falta que les va a hacer, porque Fernando ya puede elegir. Ahora está con el guión de Pasión, una de las pocas piezas que saldrá de su taller que no sea dibujo suyo, y no admite intromisiones en su trabajo. «El recorte, lo que llamamos aplique, es pan para hoy y hambre para mañana, y me niego a hacerlo. Prefiero un buen tejido sin bordados, que un recorte, por muy bueno que sea. Entiendo que sea la solución a muchas hermandades, pero yo no lo trabajo. Hay otras alternativas, brocados de indudable calidad, tejidos nuevos con los que experimentar...».
Pues experimenten la sensación de acercarse a hablar con Fernando. Un lujo, por su educación y su constancia, y una garantía a la hora de trabajar en los bordados de nuestras corporaciones. «Me gustaría poder trabajar más, poder bordar más, pero son muchas las hermandades a las que atender. Y lo hago gustoso. Si hace falta, me levanto a las cinco de la mañana para poder bordar yo mismo...». Lo que les digo, un lujazo. Aprovechémoslo.