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ROCKEROS. Las Harley-Davidson cuentan con un estilo y una estética particular. / VÍCTOR LÓPEZ
EL PUERTO

Más que motos, un estilo de vida

Un centenar de amantes de las motocicletas Harley-Davidson se reúnen en El Puerto para compartir su pasión por este icono del siglo XX

MIGUEL D. GARCÍA
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Chupas de cuero, camisetas con calaveras, pañuelos al cuello y en la cabeza, color negro y parches.. Estética rock. Y de fondo, el rugido lento y pausado de un motor, entre hileras de Harley-Davidson relucientes y brillantes al sol, dispuestas como en una exposición en un aparcamiento frente a un restaurante Dinner 24 horas, mientras casi un centenar de motoristas beben y comen en una barbacoa.

No, la estampa no se sitúa en Oklahoma, Kansas ni Illinois. No han recorrido la Ruta 66, cruzando Estados Unidos para llegar hasta allí. Ni lo que comen son hamburguesas y hot dogs, sino pinchitos morunos y papas con chocos, en un almuerzo medio gaditano y medio estadounidense que reunió ayer a casi un centenar de amantes de las dos ruedas en ese punto intermedio entre Estados Unidos y El Puerto donde se localiza el único concesionario de la provincia de Harley Davidson, un nombre que se ha convertido en un icono del siglo XX y, para los que poseen una, en todo «un estilo de vida».

«Una gran familia»

El dueño de esta tienda, Joaquín Anelo -aunque todos le llaman Tati- es casi un padre para todos los que se reunían ayer en esta concentración motera. Y no es para menos, ya que repiten sin parar que son como «una gran familia». Él mismo dice que tiene «cientos de hijos», tantos como clientes han pasado por este concesionario que lleva abierto desde hace 18 años y que en los últimos meses ha recibido un intenso lavado de cara, para remodelar el diseño de la tienda. La barbacoa de ayer celebraba, precisamente, el fin de estas obras.

El concesionario es, además de punto de venta y exposición, la sede del club Cádiz Chapter Harley, que aglutina a todos aquellos que veneran esta mítica moto en la provincia. Y no son pocos.

Según Tati, hay unos 400 harlistas gaditanos -como se llaman a sí mismos los amantes de esta marca-, aunque ayer no todos pudieron reunirse frente al concesionario de Tati, en el aparcamiento del restaurante Dinner 24 horas. Allí, casi un centenar de motos brillaban como recién compradas, cada una distinta de las demás: customizadas al gusto de sus propietarios.

Dispuestas en hileras como si de una exposición se tratara, las motos se sometían al escrutinio y la admiración de los moteros, que parecían saborear sus formas clásicas: brillantes depósitos, tubos de escape de acero y asientos de cuero.

Disfrutan admirándolas

Un buen harlista «disfruta sólo con bajar al garaje y mirarlas», afirma Antonio, un motero gaditano sin pintas de roquero, que confirma lo que muchos de los allí congregados repiten como una letanía: «Estas motos no son para correr, son para disfrutarlas paseando».

Antonio comparte su pasión por estas motos con su novia, Sonia Torres, que reivindica la figura de las mujeres en este mundillo acaparado desde siempre por los hombres. «Cada vez somos más y ya hay muchas que son hasta presidentas de clubes», afirma Sonia, que fue nombrada Lady Harley de Cádiz este año y que en dos semanas organizará un encuentro similar al de ayer, sólo para mujeres, también en el Puerto de Santa María.

Mientras los moteros almuerzan, ruge el motor de una de estas bestias con ruedas, y a más de uno se le pone el vello de punta. «Yo me hice harlista la primera vez que escuche ese sonido» afirma Cándido Gómez, sanluqueño, este sí con pinta de roquero, que tiene una Sportster 883 edición especial 100 aniversario, que cree que se enamoró de estas motos «con 14 años, la primera vez que las escuché». «Hay a quien le gusta el sonido de los pepinos -como llaman, no sin cierto desprecio a las motos japonesas-, pero este es el único que está patentado».

Pasión indescriptible

Si alguna palabra describe lo que sienten estos moteros es «pasión». Tan indescriptible que sólo les quedan las metáforas para que los legos puedan entenderlo. Por ejemplo, repiten que «montar una Harley es como ir a caballo», ya que «cabalgas por la carretera y sientes las vibraciones del motor por todo el cuerpo», explica otro motorista de Jerez, del club de los Cerdos Ibéricos. Algo así como los Ángeles del Infierno, pero a la gaditana.

mgarcia@lavozdigital.es