Un estilo de vida
Actualizado: GuardarMás de un centenar de motoristas amantes de la Harley Davidson se concentrarón en una barbacoa ante el concesionario de esta mítica firma de motos, en el Puerto. Espectaculares motocicletas, chupas de cuero y pinchitos morunos se dieron cita.
Chupas de cuero, camisetas de calaveras y brillantes motos... no cualquier moto: Harleys Davidson.
Más de un centenar de ellas se dieron cita al medio día de hoy en una barbacoa gratuita organizada para los amantes de esta mítica motociclenta norteamericana, que además de ser un vehículo potente y hermoso, "representa un estilo de vida", una "cultura", y ya puestos, casi "una religión", afirmaban hoy sus propietarios.
En esta religión, Joaquín Anelo, conocido como Tati, es su sumo sacerdote en Cádiz y su concesionario Harley Davidson de El Puerto, el templo. Su tienda, situada en la carretera de Rota es de las más importantes y más reconocidas de esta firma en toda España, sobre todo después del lavado de cara que ha recibido en los últimos meses.
La barbacoa de hoy celebra, precisamente, el fin de estas obras, y Tati quería compartirlo con todos sus clientes. "Somos como una gran familia", exclama.
Una familia, una religión, un estilo de vida... Sin duda, la pasión por estas motos es tan indescriptible que a los que la sienten sólo le quedan las metáforas para que los legos puedan entenderlo: Montarla "es como ir a caballo, sientes las vibraciones, cabalgando por la carretera...", explican, y parece que se les pone el vello de punta al oir el rugir de cualquiera de ellas. "Es un sonido distinto al de los pepinos –como llaman a las motos japonesas–". Y tanto, como que el sonido de las Harleys está patentado.
En la provincia existen unos 400 'harlistas', calculan desde el concesionario, donde también tiene sus sede el club Chapter Harley Cádiz, que acoge a todos los propietarios de una de estas motos... y a los que las aman, pero aún no han podido reunir el dinero. Ayer no todos pudieron reunirese ante el concesionario, en el aparcamiento del restaurante Dinner 24 horas, donde las motos brillaban como recién compradas, aunque cada una distinta de las demás: customizadas al gusto de sus propietarios.
Como si estuvieran en una exposición, las motocicletas se sometían al escrutinio, pero sobre todo la admiración, de los moteros que, pinchito y birra en mano, recorrían las hileras saboreando las formas clásicas de esta moto de leyenda. Todo un icono del Rock, la carretera y Estados Unidos.
"Disfrutamos sólo con bajar al garaje y mirarlas", afirma Nono, uno motero gaditano sin pintas de roquero, que confirma lo que muchos de los allí congregados repiten como una letanía: "estas motos no son para correr, son para disfrutarlas paseando, son un estilo de vida".