El ala oeste de Obama
Hay veces que la vida copia a la ficción. El nombramiento de Rahm Emanuel como jefe de gabinete de Barack Obama parece incluirse en esta categoría. Emanuel fue asesor de Bill Clinton y se dice que Josh Lyman, personaje central y estrecho colaborador del ficticio presidente Bartlet en la exitosa serie El ala oeste de la Casa Blanca, está inspirado en él. Sea verdad o no, la teleserie ilustra muy bien cuál es la relación que se establece entre el presidente, su equipo más cercano y su gabinete. Las tensiones entre ellos pueden ser creativas o desastrosas, y por eso Obama se dispone a elegir con mucho cuidado.
Actualizado:La composición del gabinete tiene que reflejar un balance entre muchos factores, como la geografía, la raza, el género, el peso político y, cómo no, el talento. El poder de cada uno de sus miembros radica en su oficio constitucional. Quizá no vean al presidente con la frecuencia que quisieran, pero sí disponen de un departamento para gestionar con presupuesto y recursos. Por otra parte, el presidente cuenta con un equipo de asesores personales que trabajan codo con codo con él en la Casa Blanca. No atesoran tantos poderes formales como los integrantes del gabinete, pero tienen contacto cercano con el jefe del Estado. Al final, la influencia de cada miembro del gabinete o asesor depende también de ellos y de ahí surgen tensiones inevitables.
Lincoln, por ejemplo, tenía una relación pésima con la mayor parte de su gabinete, y su secretario de Estado (por mencionar sólo uno) siempre buscaba una oportunidad para ocupar la Casa Blanca en su lugar. Así que Lincoln dependía cada vez más de su secretario John Hay, cuya creciente influencia resultó relevante en la carrera de su jefe. Fue el primero en una larga lista de asesores poderosos. Como Lincoln, John F. Kennedy suscitaba el recelo y desconfianza de la vieja guardia de su partido y de algunos funcionarios como el todopoderoso J. Edgar Hoover, director del FBI. Pero Kennedy no se rindió y marcó su tono con la creación de un estilo propio, arropado por un grupo de asesores jóvenes y brillantes que se llamaba Camelot, en alusión a la mítica corte del rey Aturo. Entre los más cercanos estaban el escritor de sus discursos, Arthur Schlessinger, el economista John Kenneth Galbraith y su hermano Robert Kennedy. El presidente dependía tanto de ellos como de los miembros de su gabinete. Algunos asesores, como Henry Kissinger, han trabajado dentro y fuera de la Casa Blanca. Nixon le nombró primero asesor de Seguridad Nacional y luego secretario de Estado. Kissinger representaba el poder y no cabía duda de que quien mandaba era él. Pero el presidente tiene que tener mucho cuidado con sus asesores. Paradójicamente, Kissinger y Nixon se profesaban tal desconfianza personal que cada uno grababa sus llamadas telefónicas. Y en el caso Watergate fueron la evidencia concluyente contra Nixon que le llevaron a la dimisión.