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«Llevo 24 horas llorando»
Los vecinos del afroamericano aún celebran su triunfo con botellas de Moët Chandon y una alegría incontenible
Actualizado: Guardar«Felicidades Barack ¿Estamos tan orgullosos de ti!». La frase era una de la muchas que llenaban una gigantesca postal de medio metro en la que los viejos vecinos del nuevo presidente electo le felicitaban por su victoria. Desde Harlem a las aldeas de Kenia, la elección del primer afroamericano que ocupará la Casa Blanca se ha celebrado con gritos de euforia, pero en la manzana contigua a la casa que ocupan los Obama en el barrio de Kentwood, la fiesta del día después fue más comedida y sosegada.
Eran arquitectos, abogados y concejales, una burguesía acomodada que por primera vez en sus vidas salió a la calle para sumarse al grupo de jóvenes que ha creado un movimiento social destinado al presidente. La anfitriona era Anita Orlikoff, de 53 años, cuyo coche todavía estaba lleno de carteles y demás parafernalia electoral. La celebración fue en el patio trasero de una casa que tenía hasta una cancha de tenis, y la bebida a llevar, champán. De Moët Chandon para arriba.
«¿Ojalá mi abuela estuviera viva para ver esto!», evocó al alzar la copa Adrianne Pitts, una afroamericana de 40 años que lo ha hecho «por mis hijos», contó. «Y no digo más porque no quiero empezar a llorar otra vez, que llevo 24 horas llorando», se confesó.
Seguridad extrema
Sus vidas han cambiado en paralelo al ascenso de su vecino hacia el estrellato de la política y la mitología popular. Ese mismo día se había alzado una nueva barricada de cemento en otra manzana del Boulevard Hyde Park. Y la de la Avenida South Ellis en la que se celebraba la fiesta estaba bloqueada al tráfico con verjas custodiadas por la policía. Pero a ninguno le importaba. «Si fuera mi marido yo también querría que hicieran lo mismo», dijo Pauline Montgomery, que ocupa la casa victoria del 5026 de la Avenida Greenwood, dos puertas más abajo de los Obama.
En agosto pasado, dos armarios vestidos de traje oscuro con transmisores en los oídos tocaron a su puerta. «Éste es nuestro plan de seguridad y empezamos a implementarlo dentro de dos días», recuerda que le anunciaron. Desde entonces está obligada a entrar por la otra esquina de la calle, no sin antes mostrar su acreditación a los policias de guardia, y entregarles por escrito la lista de sus visitantes con suficiente antelación como para que les investiguen. «Sólo espero que hagan bien su trabajo».