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Una de árbitros

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Para empezar, he de confesar que no soy muy amigo de los árbitros. Y de los de Segunda menos. Sin ir más lejos, cada semana recuerdo en la radio que en la división de plata hay más de un colegiado con un afán de protagonismo tan grande que pone en peligro la normalidad de la categoría. Los árbitros son un colectivo muy particular, cerrado, y en muchas ocasiones inaccesible. Pero cuando tienes la oportunidad de hablar tranquilamente con uno de ellos empiezas a plantearte muchas cosas. Ayer, sin ir más lejos, charlé durante varios minutos con Mejuto González.

El asturiano es posiblemente el mejor árbitro de nuestro país. Es un tío normal, muy educado y con una enorme capacidad pedagógica. Sus argumentos a favor del colectivo arbitral echan por tierra muchas de las críticas vertidas sobre ellos. Saqué una conclusión: todos debemos ayudar a los de negro. Eso sí, a cambio de que ellos asuman sus errores.

El empujón que Guerreiro, futbolista del Murcia, propinó al árbitro del pasado domingo en Chapín es algo que no debería repetirse. Los futbolistas deben comprender que su papel, al igual que la actitud de muchas aficiones ha sido vetada en multitud de ocasiones, tiene un límite. ¿Hubiese entendido Guerreiro que Hernández Hernández le devolviese el empujón? La acción hubiera sido éticamente igual de censurable. Eso sí, seguro que el juicio público al trencilla hubiera superado barreras insospechadas. Los árbitros desesperan a futbolistas, directivos y por supuesto a aficionados.

Pero el planteamiento es el de siempre: todos somos humanos y nos podemos equivocar en nuestro trabajo. Igual que yo puedo hacer un juicio periodístico equivocado o Sergio Ramos mandar el balón a las nubes jugándose la vida en la Champions. Pero de toda la entrevista con Mejuto me hizo reflexionar una frase: «Muchos días voy a pitar como si estuviera robando un banco». El respeto a la autoridad es el principio básico de cualquier democracia. Esta semana el padre de una de las niñas de alcaser descurbrió que un fiscal ha pedido para él 16 años de cárcel por insultos y vejaciones. Si hubiera sanciones similares para los directivos de fútbol, más de uno se decidiría quedarse mudo por si las moscas.

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