lágrimas emoción. Jesse Jackson llora de alegría tras el triunfo del afroamericano. / EFE
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Chicago gritó 'Yes, we can'

Un clamor de euforia se apoderó de las calles, mientras muchos se preguntaban todavía incrédulos: «¿Es esto de verdad?»

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«¿Obamaaaaa!» El grito de euforia se escuchaba desde las ventanas de Chicago, animado continuamente por el festivo repicar de los claxons de los coches con una alegría comparable a la de España cuando ganó al Eurocopa.

Negros y blancos celebraban juntos por las calles la caída de un muro de segregación política, pero los primeros seguían restregándose los ojos con incredulidad. «¿Es esto de verdad?», preguntaba el portero del hotel Fairmont a uno de los numerosos clientes que entraba en el establecimiento con la camiseta de Obama. «Toma aire y respira profundamente, porque hoy (por la noche del martes) estás viviendo la historia con la que ni se atrevieron a soñar tus abuelos». Y el hombretón con sombrero de copa se olvidó de todas los formalismo y se abrazó al cliente dándole las gracias repetidamente, como si de él hubiera dependido la elección del primer presidente negro de Estados Unidos.

Otro afroamericano que había ido hasta el parque Grant a escuchar al candidato de la esperanza repetía la elegía de gratitud a un periodista blanco de la cadena MSNBC. «Gracias, gente blanca, por haber entendido que no había nada malo en dejar que un negro llegase al poder», le espetaba emocionado.

Quiso la casualidad que la sede de la editorial Johnson, que publica la revista Ebony, la más popular entre los afroamericanos, estuviera junto a ese parque en el que Obama reescribía la historia de su raza. Las portadas de la revista en las que aparecía alguno de los Obama adornaba esa noche su edificio, iluminado con focos tras las puertas de cristales como si fuese un altar mexicano en honor al dios Obama. «¿Mi presidente!», gritaban los que pasaban por delante de la fachada. Y había turnos para tomarse fotos con esas portadas en las que el joven abogado de 47 años, con gafas de sol y chaqueta de cuero, parecía un sex symbol. «¿Qué suerte tiene Michelle!», suspiraba estruendosamente una viandante.

Los más listos habían sido los vendedores de camisetas, que llegaron preparados con el We did it y el Yo estaba allí cuando se produjo el cambio. En varias manzanas a la redonda los cientos de miles de personas que se lanzaron a las calles para celebrar la victoria acabaron con la edición anticipada de The Chicago Tribune y convirtieron las calles en un verdadero carnaval, favorecido por unas temperaturas inusualmente cálidas para noviembre. Hasta los elementos meteorológicos estaban esa noche con el ganador.

Emoción inimaginable

Entre los que hacían cola para comprar las camisetas que juntaban a Martin Luther King y al nuevo presidente se encontraba Dorothy James, de 73 años, «emocionada por encima de lo que te puedas imaginar», relataba. «Esta noche, como dijo Michelle, por primera vez me siento verdaderamente orgullosa de mi país». Eso pensaba también Michael Oghani, un joven trotamundos que en los últimos años había perdido el interés de viajar. «Desde que Bush llegó al poder en el extranjero nos odian. Ahora por fin tenemos un presidente que el resto del mundo podrá respetar. Espero que gracias a él también nos respeten a nosotros», señalaba satisfecho.

La algarabía nocturna se acabó pronto, a juicio de Brad Baun, porque «la gente había aguantado tanta tensión temiendo que les robaran el sueño que acabaron extenuados». Pero al amanecer querían más de ese cuento de hadas que promete cambiar sus vidas. A las 9 de la mañana el encargado de un Seven Eleven comunicó con seriedad que la edición histórica de The Chicago Tribune se había agotado en todas las tiendas que tiene en la cadena de la capital de Illinois. El rotativo estaba imprimiendo una nueva, que no llegaría a los puntos de venta hasta las 11. Por supuesto, The New York Times era imposible de conseguir.