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Editorial

La otra América

La ciudadanía de Estados Unidos ha afrontado en las últimas horas una jornada electoral marcada por una extraordinaria expectación que ha estimulado la movilización del electorado, acorde al final de ciclo que supone la conclusión del discutido mandato de George W. Bush, pero sobre todo a la virulencia de una crisis económica que no se vislumbraba en estos términos cuando Barack Obama y John McCain arrancaron su disputa por la Casa Blanca. La determinación del primero de abanderar el mensaje del cambio, reforzado por el hecho histórico que supondría el ascenso por primera vez a la presidencia de un afroamericano y el desenlace a su favor de la pugna en las filas demócratas con Hillary Clinton, ha contribuido decisivamente a la consideración de esta cita con las urnas como una especie de catarsis para la ciudadanía estadounidense y un punto de inflexión para el resto del mundo que aguarda los futuros movimientos de la superpotencia. Pero es seguramente la confluencia de una crisis sin precedentes en los últimos decenios con la renovada emergencia de voces en la esfera internacional que, bien desde la manifiesta beligerancia o bien desde la crítica comprometida, reclaman una mayor capacidad de influencia en la ordenación del mundo global la que ha terminado por subrayar la relevancia de estos comicios.

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Al tiempo que los ha convertido en un redoblado desafío para la nueva Administración estadounidense, obligada a abandonar la ensimismada gestión de Bush mientras encara el reto de transformar las dificultades sobrevenidas en una oportunidad para apuntalar un liderazgo cuestionado desde diferentes frentes. Pero sobre el que aún se construyen las referencias de la globalidad.