LOS PELIGROS

Los quioscos de la cultura

El Ayuntamiento ha respondido al requerimiento de la Junta sobre la ilegalidad de dos quioscos con el sorprendente argumento de que son equipamientos culturales

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Las discrepancias entre ambas administraciones es probable que terminen en un contencioso. Y, además, una plataforma de ciudadanos ha anunciado una denuncia por un supuesto delito urbanístico. De modo que parece inevitable que el asunto se resuelva, dentro de años quizás, al final de una serie de juicios y recursos. Mientras tanto, será inseguro invertir en algo que puede terminar demolido. La inseguridad jurídica espanta las inversiones. Y ahí ya se señala la irresponsabilidad de quienes han llevado este asunto sin dialogar con nadie, modificando sobre la marcha sus retorcidas interpretaciones de las normas, que están para cumplirse. O para cambiarlas, por su procedimiento legal, cuando se piensa que no sirven.

En esta polémica por los quioscos hay que distinguir dos asuntos distintos: la legalidad y la opinión que cada uno tenga sobre la utilidad o el buen gusto de las referidas instalaciones. Por los comentarios publicados parece que la primera no fuera más que otro inconveniente para el progreso de la ciudad, suponiendo que éste depende directamente de la existencia de estos quioscos. Y creen que, como tal fastidio, hay que saltarse esa legalidad para seguir avanzando. También los que están (estamos) en contra de los quioscos quieren, a veces, apoyar la parte de opinión subjetiva en la legalidad, cuando ésta es anterior y obliga a todos. Insisto, hasta que se cambie debidamente.

Incumplen el PGOU

Ese incumplimiento de las normas urbanísticas de la ciudad es una realidad, no una opinión. Ya decidirá un juez si de suficiente envergadura como para llegar a la demolición. Pero son hechos ciertos que no cumplen ni la superficie, ni la altura máxima, ni que tienen la condición de desmontables que el PGOU vigente obliga a esas instalaciones. Como novedad, ahora el Ayuntamiento argumenta que se tratan de equipamientos culturales. Naturalmente, parece importar muy poco que esas instalaciones no cumplan las condiciones mínimas para considerarlos tales, fijadas por la Federación Estatal de Municipios y Provincias, en 2003, en su Guía de estándares de los equipamientos culturales. El documento, que ciertamente no es de obligado cumplimiento, aunque sea un instrumento usado por todas las opciones políticas, reserva ese nombre a las instalaciones «de uso y consumo comunitario». No parece que vayan a dedicarse a las degustaciones gratuitas. Tampoco podrán organizar muchos actos culturales porque, entre las condiciones impuestas, se les prohíben los conciertos y las pequeñas actuaciones teatrales. Si colgar algún cuadro, en la pared no ocupada por las cristaleras para las vistas, se considera actividad cultural, habrá que empezar a recalificar a infinidad de bares y asimilados en peñas culturales, con el correspondiente beneficio fiscal.

La reconversión de quiosco dudosamente desmontable a indemostrable equipamiento cultural no es gratuita. En el actual PGOU, en las zonas calificadas como espacios libres y zonas verdes, sólo se admiten actividades comerciales de hostelería, «temporales y provisionales», en las playas. En los parques urbanos y los jardines sólo se permiten equipamientos culturales y deportivos. Ahí están. Parece como si se quisiera hacer creer que un simple cambio de nombre permite saltarse una normativa que, encima, elabora el propio Ayuntamiento. Cámbienla si, honestamente, creen que lo mejor para la ciudad es atiborrarla de puestecitos. Pero no planifiquen un mapa idílico de la ciudad que, después, no van a cumplir.

El modelo de ciudad

Y aquí sí se puede discutir sobre opiniones y gustos. No se trata de oponerse a todo lo que proyecte el Ayuntamiento ni, tampoco, de admitirle las barbaridades por simple simpatía política. No me gusta esa simplificación de estar a favor o en contra de todos los quioscos. Porque cada caso es distinto. No entiendo esa instalación en un jardín, cuando apenas hay zonas verdes en la ciudad. Mientras no crezcan éstas, no se nos puede escamotear las pocas que hay. Tampoco es cierto que supongan un nuevo atractivo turístico, porque nadie viaja para consumir en el interior de un jardín de barrio, por muy entrañable que sea. Sus usuarios son gaditanos de la zona, que quizás tengan otras necesidades. En los casos de la plaza Santa María del Mar y la Caleta existe una mayor expectación turística. Pero la ocupación no siempre significa mejora. En el primer caso, porque la privatización de la plaza, por muy parcial que sea, se la quita a la ciudad y despilfarra un equipamiento debajo, ya construido expresamente para su uso como restaurante. En la Caleta, podría hacerse algo bien distinto en otro sitio más discreto. Pero tienen que decidirse antes si lo que quieren es un quiosco, una terraza o un restaurante. No son lo mismo. Ese mal llamado quiosco afea las vistas de la Caleta. Los turistas que aportan esas vistas siempre serán muchísimos más que los que se desplacen para consumir allí. Es una simpleza, pero a veces se olvida lo más sencillo.

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