Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
EL MAESTRO LIENDRE

Un 'parking' y tres quioscos

Si algunos pasos le han costado explicaciones y quejas a este Ayuntamiento han sido un subterráneo y tres bares al aire libre

JOSÉ LANDI
Actualizado:

Un topicazo de bar, que tan fácil y falsamente consuela, dice que todas las obras molestan pero que, una vez terminadas, «merecen mucho la pena». El cliché sirve igual para cambiar los azulejos del baño que para levantar media ciudad por las conducciones de gas. Pero además de ser un peñazo (siempre) y un avance (a veces), las mayores obras municipales suelen insinuar el proyecto de ciudad que tienen en la cabeza esos seres, llamados concejales, en los que hemos delegado cuatro años. De hecho, si alguna actuación le ha costado rechazo, dudas y explicaciones a este Gobierno local ha sido la ampliación de un aparcamiento subterráneo (Canalejas) y el impulso de tres quioscos en señalados espacios abiertos. Ningún proyecto industrial, cultural o presupuestario, ni siquiera cualquier decisión relacionada con los impuestos y tasas, encuentra una reacción tan directa y espontánea como una obra, que tiene la virtud y la miseria de ser indisimulable.

Las otras decisiones, las de los números y las ordenanzas, pueden influir más en la vida del personal, pero pasan cubiertas por la sordina. Quizás sea necesario separar esos ilustrativos y comentados proyectos de obras, uno por uno, para recopilar las sensaciones que provocan en parte de una población que, pese a una creciente masa crítica, aún tiene remilgos para comunicarse.

Más y más coches

La ampliación del parking ha convertido el acceso a Cádiz en un engorro mayor del que era. Es cierto que las molestias son menos de las esperadas y que el carril por el puerto fue reparado en unas horas tras provocar algún accidente y triturar decenas de amortiguadores. Pero el hecho de que el trastorno sea menor que el temido no contesta la pregunta: ¿merece la pena?

Unos cuantos pensamos que tantos meses de atascos no se compensan con dos centenares largos de plazas de aparcamiento. Cuando los coches invadan Cádiz (Navidad, Carnaval, Semana Santa...) apenas servirán para mejorar la situación presente y, en cambio, lanzan un mensaje perverso. El segundo puente y esta obra transmiten la idea de que el Ayuntamiento quiere meter en el centro cuantos más coches mejor.

El encanto del casco antiguo (resurgido según el optimista mensaje de jóvenes empresarios que arriesgan con innovadores negocios) atrae cada vez a más gente, pero su esplendor pasa por librarlo de ruedas.

El Cádiz entre muros sólo mide 1.800 metros en su recta más larga, así que le sobran coches y, sobre todo, motos. Presentar los aparcamientos (y no el autobús, o un utópico tranvía) como solución parece, más bien, engordar el problema. Una parte vieja rejuvenecida y sin neumáticos es el único futuro ilusionante, pero para eso hace falta facilitarle a la gente ir a pie (no parece el camino) o conseguir que la Policía por fin estrene su papel intimidatorio.

Servicio sin eximentes

Ni siquiera la milonga de la creación de empleo alivia. Los aparcamientos subterráneos funcionan con media docena de empleados. Su oferta de limpieza, oxígeno, amplitud de plazas y acceso para bebés o minusválidos tampoco despierta ninguna simpatía. Salvo dos o tres excepciones, estos establecimientos -en Cádiz- parecen estar hechos contra los intereses del usuario, que apenas tiene alternativas. Del precio (igual de alto que cuando se cobraban las horas enteras o más), ni hablamos.

Los quioscos en Santa María del Mar, Varela y La Caleta merecen otra consideración. Nadie duda, de entrada, de su utilidad social. Una barra con cerveza fría y una tapa exquisita es un bien de primera necesidad en una ciudad turística. Pero nadie dice que tengan que servirse en la puñetera orilla (ya hay buenos chiringuitos). Las mejores calles cercanas deben ser un complemento, con mesa y mantel, a los paisajes mejor cuidados. Mientras la Junta se opone, el Ayuntamiento se aferra al sostenella y los vecinos empiezan a visitar los juzgados, parece evidente que cada caso tiene variantes.

Tres, pero distintos

El ubicado en Varela es el que menos pegas despierta. Es inofensivo (no hay paisaje que dañar) y encaja bien en una zona amplísima. Está sobre el solar de un viejo cuartel que sí era un desperdicio de suelo.

El de Santa María del Mar invade una plaza con poca vida, que parece añorarse sólo cuando va a perderse. Habría estado bien darle uso y ritmo sin necesidad de recurrir forzosamente a una concesión administrativa. Con todo, sería lógico y prometedor que la instalación fuera lo menos agresiva posible, compatible con el paseo y el atardecer (que atraen al visitante más que una barra, que está en todas partes).

Por último, el de La Caleta. Un horror sin paliativos que ocupa una zona que muchos soñábamos con ver libre de los edificios de viviendas cercanos y que, en vez de despejarse, se ensucia. En vez de eliminar monstruos como el Balneario y la esquina con La Palma, aparece más ladrillo.

Como elemento común a los tres casos, flaco favor hace a la comunidad el Ayuntamiento si se incumple alguna norma que jamás permitiría violar a un vecino ni a los empresarios implicados, a los que puede hacer perder tiempo, ilusión y dinero si hubiera alguna irregularidad.

landi@lavozdigital.es