CAMBIO NECESARIO. Seguidores de Obama, la mayoría afroamericanos, siguen su intervención bajo la lluvia en un acto en Chester (Pensilvania). / AP
MUNDO

La América negra recela del cambio

Los desfavorecidos del sur votarán a Obama, pero saben que si gana poco podrá hacer para mejorar su situación de desigualdad y pobreza

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Una vía de ferrocarril que lleva sobre sus raíles la historia del país cruza EE UU desde Chicago hasta Nueva Orleáns, atravesando las profundidades de Kentucky, Tenessee y Mississippi. Fue la vía de escape para los negros del sur, y la de entrada para los jóvenes universitarios de Chicago que pretendían cambiar el mundo en los años sesenta.

Que se sepa, Barack Obama nunca se subió al Ciudad de Nueva Orleáns. Su campaña no ha parado en Tennessee, y eso que el candidato ha aterrizado dos veces en ese estado para acudir a los dos primeros debates presidenciales. Eddie Williams ni siquiera había oído hablar de él hasta que se lanzó a por la Casa Blanca.

Este profesor de historia africana, decidido a abrir los ojos de sus hermanos negros para liberarlos de los yugos del cristianismo europeo, resulta ser la llave que abre la puerta de la Nación del Islam a esta corresponsal.

Antes de ver el cartel con las letras caídas, el nombre invita: Java, Juice & Jazz Creole. Pero a medida que se avanza por el Boulevard Elvis Presley queda claro que no hay nada de glamour en este ghetto de casas apuntaladas y abrumadora mayoría negra al sur de Memphis. El 63,5% de la ciudad donde nació el blues es negra, y en este barrio ni siquiera se ven matices.

La primera reacción intimida. En la puerta, un grupo de miradas penetrantes atraviesan de arriba a abajo. Dentro, la táctica es hacer caso omiso a la recién llegada. Los que están sentados en las mesas escuchan hipnotizados a un airado predicador negro en la tele. En la barra ni se molestan en atender, y cuando lo hacen dejan claro que no soy bienvenida. No hay menú. No hay zumos. No hay nada.

Es el momento de la retirada. Pero la imagen de los formularios para votar junto a la pila de periódicos de Louis Farrakan resulta tentadora. Así que dos manzanas más arriba, después de poner gasolina a la carrera para huir de los que gritan Hey, baby, esta periodista da media vuelta al coche y vuelve a aparcar en la puerta.

Pastor piadoso

Mary, la esposa de Eddie Williams, fulmina con una mirada de odio durante la introducción, y a la pregunta de si tiene alguna preferencia electoral, espeta con agresividad: «¿No te parece obvio, o qué?». La cosa podía haber acabado mal, pero el pastor de esta peculiar iglesia del nacionalismo negro se apiada de la recién llegada y se sienta dispuesto a contestar preguntas.

«Obama no es un líder negro, sólo un negro que quiere ser líder», explica el profesor. «Antes de que anunciara su candidatura ni siquiera habíamos oído hablar de él, ¿qué te dice eso? La gente le apoya porque cree que supone un paso hacia la igualdad, pero para mí es un espejismo. La pobreza es la nueva forma de esclavitud para la comunidad africanoamericana, y Obama no podrá cambiar nada. Y menos en la situación que le van a dejar el país».

El racismo sigue latente en el sur. Todavía hay sitios de Memphis donde no dejan entrar a los negros, y éstos ni lo intentan, porque el racismo que de verdad les preocupa es el de la Policía que les detiene por exceso de velocidad o por saltarse un semáforo. El del juez que les impone una pena diez veces mayor que la amonestación que le daría a un blanco. El de la universidad que rechaza cuantas solicitudes de negros puede. La de los empresarios que les pasan por alto para los ascensos. La de esos blancos que les llaman «girl» o «boy» aunque hayan cumplido los 51, como Eddie.

«Yo ya no sirvo a nadie»

En el sur sobrevive aún una generación que tuvo a los negros de sirvientes sentados en la parte de atrás del autobús, pero que hoy se los encuentra detrás del mostrador al que van a pedir ayuda a Mary, la esposa de Eddie, que es asistenta social. «Los mayores no quieren ni darme su información para que les eche la solicitud, no se fían de mí porque soy negra. Algunos, sobre todo los mayores, de 80 ó 90 años, pretenden que vaya a sus casas a arreglársela yo misma, y tengo que explicarles que yo ya no sirvo a nadie, a lo más les ayudo a conseguir un subsidio. Si quieren, y si no, que se vayan, que cuando vuelvan se encontrarán otra vez conmigo».

El lenguaje de la plantación sobrevive en la realidad del sur. Para ella Obama es lo que llaman un house nigger, un negro claro de los que engendraba el amo con las esclavas, «y como no podía contárselo a su esposa los ponía a trabajar en la casa». Ese trato preferencial generó envidias y resentimientos con los field niggers, sigue explicando Mary, «los que se partían el lomo recogiendo algodón». Para ella, si los blancos han dado a Obama la oportunidad de llegar a la Casa Blanca es porque es un «negro claro» que trabajará por ellos. «¿O de dónde crees que ha sacado los 150 millones de dólares que recaudó el mes pasado? De sus hermanos negros seguro que no», apunta Eddie resabiado.

Con todo, ambos va a votar por él. «Como hombre negro no me queda más remedio», dice Eddie. A Obama, un abogado de Harvard de 47 años nacido, le ha costado que lo acepten entre los suyos, pero ahora que la ilusión se ha propagado en estados como Georgia más de la tercera parte de los que ya han votado son de color. El número de nuevos votantes registrados se ha doblado en los estados del sur, poniendo en jaque más de medio sigo de hegemonía republicana que sólo pudieron romper dos demócratas blancos del sur, Jimmy Carter y Bill Clinton.

Con tantos votantes de color descualificados por haber estado en la cárcel no serán suficientes para darle la vuelta al mapa. Sólo Georgia y Carolina del Sur podrían estar a tiro, pero el voto de color será clave para ganar otros como Pensilvania y Carolina del Norte. En esos estados la ansiedad se apodera de quienes no acaban de creerse el sueño de ver a un negro en la Casa Blanca. «Ya verás, algo hacen para quitarle votos», dice Leroy Taylor. «No sé cómo, pero seguro que no van a dejarle ganar así como así».