¿Obama para La Habana!
Concentrados en el restaurante Versailles, bastión del exilio cubano, los caribeños de Miami asumen la victoria del afroamericano, aunque ellos apoyan a McCain
Actualizado:Bush y Clinton han comido en el Versailles. «McCain estuvo hace poco. Se tomó un cafecito no más». El restaurante de la Calle 8 de Miami, en plena Little Havana, no es un sitio de postín. Sus precios son populares: a siete u ocho dólares (alrededor de seis euros) el plato de ropa vieja. Bordan el picadillo, el lechón, las natillas y el fricasé de pavo. El Versailles es desde su inauguración, hace 34 años, el epicentro del exilio cubano en Miami. Cuando en agosto se le dio por muerto a Fidel Castro vinieron 15.000 personas a celebrarlo. La Policía tuvo que cortar la calle. Felipe Valls Jr., hijo del fundador, revela que las principales cadenas de televisión han alquilado su espacio en el local para ese día, en el que Miami brindará con champán. «La CNN, la NBC, la BBC... Tenemos un libro de reservas para asegurarles sitio en el aparcamiento».
La Calle 8, Celia Cruz Way, no se corresponde con la imagen tópica de la ciudad, grabada en el imaginario colectivo gracias a 'Corrupción en Miami'. Los neones pastel, las rubias y los descapotables están en South Beach, una península a media hora del 'downtown'. Miami es una urbe desmesurada de dos millones y medio de habitantes que ha ido sumando barrios: Coral Gables, Coconut Grove, Hollywood... Más del 60% de su población es latina. Se habla español sin preguntar «¿Do you speak Spanish?».
La Pequeña Habana aparece tan desvencijada como su homóloga cubana. Se alternan casas de empeño, cigarrerías, concesionarios de coches usados y restaurantes tan cutres que parecen cerrados. Suena merengue y 'reggaeton'. Los supermercados venden comida para llevar: chicharrones, pasta de bocadito, pan con lechón. En 'La Vasca', una bandera española anuncia «productos y alimentos de España» en una combinación que haría las delicias de 'Vaya semanita'. El Teatro 8 presenta doble función: 'Ellas quieren y él no puede' y 'No me lleven para el home (asilo)'. Un cartel -en castellano, por supuesto- alerta: «1 de cada 182 latinos en Miami vive con sida. Busque tratamiento».
«Little Havana era el destino de los cubanos al llegar a Miami, pero al ganar dinero se iban a vivir a otro sitio. Ahora hay más sudamericanos». Esteban Zamora, Stevie, vino a EE UU en 1960 huyendo de la Revolución. «Ya no tengo nada allá». Regentó durante 35 años un hotel en South Beach, «cuando no había más que una playa». Pasa los días en la recepción del St. Michel, un decrépito establecimiento que mantiene el encanto 'belle epoque' del Coconut Grove dorado, pese a estar encajado entre bloques de oficinas y aparcamientos. «Se construyó en 1925. Vinieron artesanos marroquíes para hacer los azulejos».
Esteban, como todos los cubanos mayores de Miami, alimenta la nostalgia de un país idílico y glamuroso en la era Batista. Sin ir más lejos, el 'The Miami Herald' informa de la reunión de los trabajadores supervivientes de 'El Encanto', unos grandes almacenes de La Habana prerrevolucionaria. Esteban se enfada ante la insinuación de que la ciudad era el burdel de EE UU. «Cuba era rica entonces y ahora... Tenemos que sufrir la ignorancia del propio pueblo cubano, del norteamericano, que se limita a establecer el embargo, y del europeo, que ve a Fidel como una figura carismática. Él ya es sólo un símbolo, cuando muera no pasará nada. Sólo ocurrirá algo cuando se vaya Raúl Castro, si algún comandante no se cansa antes y levanta el teléfono». Esteban, al igual que el resto de la colonia cubana, votará republicano. «A Obama le viene grande la mesa de presidente, y su mujer, negrísima, le resta votos. Va a salir elegido, pero no durará demasiado. Le van a matar. Y le sucederá Joe Biden, que sí será un buen presidente. Lleva años en los círculos diplomáticos».
Palin, «esa payasa»
Explica que no siempre los cubanos votan republicano. «Los ricos se inclinan por los conservadores y los pobres por los liberales, pasa en todo el mundo». No están muy felices con Palin, «esa payasa que es el hazmerreír mundial», y se sienten con poder en el Gobierno de la nación. «Dos senadores y cuatro congresistas son cubanos, no hay otra comunidad de emigrantes con tantos representantes. El alcalde de Miami es cubano».
Delante del Versailles sigue la bulla. Cada día se concentran opositores anticastristas, no por exaltados menos entrañables. Marta se planta horas con sus banderas de EE UU y Cuba, forrada de carteles de McCain. «Fusilaron a mi marido en 1962. Pasé cuatro días en una barca hasta que me recogieron en Cayo Hueso. En Cuba no trabajaba y aquí me tuve que poner a coser como una loca, pero este país ha sido bueno». Los coches pitan al ver el tenderete rojiazul. Alguno grita a favor de Obama. «¿Obama para La Habana!», replican los concentrados. Es ver una grabadora y apelotonarse para soltar teorías. A Fidel le tienen 'frisado' (congelado) y es García Márquez quien le escribe los discursos. El comunismo es un cáncer, y Zapatero, comunista él, no sabe que el dinero que manda a Cuba se lo queda Fidel, el hombre más millonario del planeta. Obama es socialista. Chávez, otra bestia negra aleccionada por Castro.
«¿Por qué la popularidad de Obama y los índices de la Bolsa se mueven en direcciones contrarias? ¿En quién confían los inversores?», se pregunta Raimundo Couret. El secretario de la Vigilia Mambisa, «organización cubano-norteamericana pro derechos humanos», aventura «suicidios en Cuba» cuando muera Fidel. «Bush un hombre de vergüenza, viejo y agotado», dice.