DÍA FELIZ. Supermán y su 'chica' disfrutan en el popular festival Gumbo. / FOTOS: O. L. BELATEGUI
MUNDO

El blues de la ciénaga

Lafayette es la capital de la Luisiana francesa, cuna de la cultura 'cajun', donde los terratenientes utilizaron una de las tierras más fértiles del mundo para cultivar algodón

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En la estación de autobuses de Baton Rouge, Luisiana, un grupo de chicanos asiente mientras contempla a Barack Obama en la omnipresente CNN. «Si cumple todo lo que promete será bueno para nosotros». José y sus cuates ni siquiera pueden votar. Llevan 48 horas metidos en un autocar de la Greyhound. Salieron de Jalisco, México, con un visado y un permiso de trabajo en Estados Unidos. Abrirán ostras en Florida para una factoría que también les ha conseguido una vivienda. «Pagan bien, ahorraremos y después volveremos a casa. Si nos quedáramos un solo día más nos quitarían la visa y nos deportarían. De todos modos, yo no quiero quedarme en Estados Unidos». José no recuerda el nombre del pueblo en el que va a vivir los próximos ocho meses.

Sólo dos personas desentonan en el mapa de desheredados que esperan montar en el sucio e impuntual autobús gris. Este blanco con su portátil en la mano y Brian, un soldado que regresa a su hogar en Lafayette. Luce el uniforme de camuflaje con el que se pasean por aeropuertos y estaciones los militares que no se encuentran de servicio. Parece un crío. No ha ido a Irak, pero algunos de sus compañeros sí. «Bueno, si me toca, me toca, ¿no? Estamos aquí para servir a la patria, aunque en este momento no se sabe muy bien qué pasará cuando salga el nuevo presidente, si seguiremos allí o no. ¿A quién voy a votar? Tío, eso no te lo voy a decir».

La carretera que une Baton Rouge y Lafayette sobrevuela un mar de ciénagas. Estamos en el delta del Mississippi, 400 kilómetros que se extienden desde Memphis hasta Vicksburg. Tras la Guerra de Secesión, los terratenientes aprovecharon una de las tierras más fértiles del mundo para cultivar algodón. Entre estos árboles con raíces inquietantes del 'bayou' nació el blues cantado por los descendientes de esclavos. El agua pantanosa llega hasta la cuneta de una recta perfecta de cientos de kilómetros. Hay torres de alta tensión que se adentran en el golfo de México hasta donde se pierde la vista. Las señales de tráfico advierten de que es una ruta de evacuación en caso de huracán.

Lafayette presume de ser la capital de la Luisiana francesa, la cuna de la cultura 'cajun'. Aquí reside la mayor comunidad francófona de EE UU. El término 'Acadia' se ve por doquier. Hace referencia a los británicos de L'Acadie, la actual Nueva Escocia, en Canadá. Ellos expulsaron en 1775 a los colonos franceses, que buscaron refugio en estas tierras pantanosas. Los indios les enseñaron a pescar y a comer cangrejos de río. Les llamaban 'cagian' por 'acadian', lo que finalmente derivó en 'cajun'. Los locales preguntan al visitante español si sabe francés. Ahora se ufanan de su idioma, pero en los años 30 y 40 se prohibió su enseñanza en los colegios. Los soldados acadios jugaron un papel vital como intérpretes en la II Guerra Mundial. Desde su orgullosa vuelta se comenzó a celebrar la cultura 'cajun'.

Lafayette se adivina una ciudad bochornosa con porches enrejados, perros al sol y música 'zydeco'. Sin embargo, podría pasar por la periferia de cualquier gran urbe de EE UU. Los suburbios residenciales no sólo son el hogar de la mayoría de estadounidenses, también son el modo de vida dominante. A diferencia de los centros comerciales españoles ('mall'), las zonas de esparcimiento consumista se extienden a los lados de las carreteras con las tiendas separadas entre sí. Cada una tiene su entrada independiente: Wal-Mart, Whole Foods, Toys R'Us... Sólo las une el aparcamiento y las vallas publicitarias con anuncios de abogados. Pobre del que espere encontrar un supermercado en el 'downtown'.

Bar de tapas

Y eso que los planos de Lafayette juran que cuenta con un centro histórico: resulta ser el antiguo edificio del Ayuntamiento, ya en desuso, y la fachada 'art noveau' de un banco. Un coqueto local en Vermilion Street alberga la redacción casi familiar de 'The Independent', un semanario gratuito que en su último número ha reunido a tres banqueros locales para hablar de la crisis. Junto a otros colectivos ha emprendido una campaña de dinamización cultural, Dowtown Alive, para conseguir que la gente regrese a estas calles desiertas. En Jefferson Street destaca el cartel de un toro bravo. Es el bar de tapas Pamplona, o sea, un restaurante caro. Su dueño no ha oído hablar de la calle Estafeta. Es de Londres.

El Sur se manifiesta en el aire cargado de electricidad y en los taxis cochambrosos conducidos por taxistas de jerga ininteligible. Al fin, Lafayette se descubre habitada en una larga cola que aguarda el turno para entrar a un recinto al aire libre. Es un festival Gumbo, que toma su nombre de una comida local, una suerte de guiso o 'suquet' de marisco acompañado de arroz. Pagas cinco dólares (3,90 euros) y comes todo lo que quieras. Hay casetas donde familias o grupos de compañeros de trabajo cocinan su particular receta de 'gumbo'. La chicas son rubias y sonríen mucho. Todas parecen animadoras. Algunos van disfrazados con atuendos tétricos, por aquello de la tradición vudú de Luisiana. Chris ríe en la caseta de la familia Addams. Es dentista infantil y asegura que Lafayette es el mejor sitio para vivir. «No cerramos las puertas, es una ciudad segura. No se discrimina a nadie. De vez en cuando viene un huracán y ya está. En el último, el Gustav, ni siquiera se nos fue la luz». De pronto, los aires 'country', los pañuelos con las barras y estrellas y las pegatinas de McCain en los parachoques se suman a un dato inapelable: no hay una sola persona de raza negra en el recinto.

«Mira, aquí mucha gente seguro que está de acuerdo con Obama en sus ideas, pero nunca le votarán por una razón: es negro. Punto». Frere es pálido, enjuto, rubio y delgado. Parece un extra de 'Arde Mississippi'. Votará a Obama, pero porque está harto de que la crisis merme los ingresos de su negocio de tintorería. «El problema de este país es que no hay una clase media. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, más pobres. Yo me pregunto qué pasaría si, por un día, todos dejáramos de comprar gasolina. Seguro que esos cabrones de los consejos de administración que ganan millones se joderían».