De músicas, horteras y generosos
Usted y yo sabemos que la música es el mejor de los ruidos posibles. Siempre es más agradable una bonita melodía que canta desde un violonchelo que el atronador estrépito de la industria. Después de todo, Sancho se vio obligado a mudar el vientre a causa de los miedos que le metió en el cuerpo el estruendo de un batán. Y eso ya era industria. Sin embargo, nada nos dice Cervantes de que sufriera el fiel escudero ningún empacho en oír canciones cuando fue Gobernador de la ínsula Barataria. Y el caso es que cada quien es gobernador en sus dominios. Está la casa, la mesa del trabajo, el ordenador y, por supuesto, el coche.
Actualizado: GuardarPor esta razón las casas son distintas, uno es uno y su hogar le mimetiza. Esto se extiende de forma curiosa al vehículo. Aunque aquí hay matices. Está el chaval pelopincho que anda en amores con una muchacha que sueña con ser decoradora y, claro, le llena el interior del reino sobre ruedas con cojines y peluches; el exterior, de pegatinas. Buenos chicos, no hacen mal a nadie. Hasta que conectan el emepetrés del coche. Usted es discreto y no entrará a discutir los gustos musicales, que para eso ya existen los fines de semana y el asueto, además de que no está bien hablar mal de esa basura musical que siempre son los otros los que la escuchan porque yo tengo un gusto finísimo y sofisticado. Da igual que sea Camela o Pink Floyd. El problema es el volumen. Ya me contó usted que estaba su cuñada el otro día extasiada viendo la en la tele el último resumen de Gran Hermano cuando empezó a vibrar el vidrio de las ventanas. Unos segundos después, una música tan brutal como no solicitada le invadió la casa. Y se preguntó por qué diantres se pondrán la música a ese volumen, qué les dirá esa cabecita feliz para que tanto gusten de compartir tan generosamente sus melodías. No sé si hará falta un concienzudo estudio al respecto, pero para mí que son imbéciles.