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Senna celebra su gol. / EFE
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Villarreal y Atlético de Madrid empatan en un partido plagado de goles y emociones

Partido de locos en Villarreal , de golazos, de errores infantiles, de casta, de gran juego a ráfagas y de constantes alternativas. Uno de esos días gozosos para los aficionados imparciales y terribles para los técnicos y los hinchas de los contendientes, incapaces de explicarse lo que ven con algún argumento racional.

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Un duelo que tuvo encarrilado el Atlético hasta que Banega decidió borrarse y Leo Franco cantó por soleares, que el los locales remontaron en apenas doce minutos y en el que los rojiblancos salvaron un punto en las postrimerías porque sacaron su orgullo y disponen de Simao, un futbolista grande. El portugués marcó ante el Madrid, repitió contra el Liverpool, abrió el marcador del Madrigal con un disparo excepcional, puso el corazón en un puño de los locales tras una soberbia galopada y sacó la falta que acabó en el empate de Raúl García y seguramente evitó la destitución de Javier Aguirre.

Cuando juega el Atlético resulta difícil encontrar principios futbolísticos para explicar los partidos. Actúa a impulsos y es capaz de subir y bajar de la nube, como dice el himno de Joaquín Sabina, en un visto y no visto. Sus vaivenes sacan de quicio incluso al Villarreal, el equipo más cuerdo de la Liga porque siempre sabe a lo que juega y casi nunca pierde la calma. Fiel a su estilo de toque fluido y con una fe que mueve montañas, emergió en la segunda parte para cambiar radicalmente un duelo, que acabó en empate.