Cultura

Propuestas oportunas y prácticas

La doctora Iona Heath habla sin tapujos de la muerte en el libro 'Ayudar a morir' en el que analiza las diferentes formas de fallecer y valora las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas

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De igual manera que, para nacer, para sobrevivir y para crecer, necesitamos el servicio de unos profesionales expertos, para morir precisamos de la compañía alentadora y de la ayuda eficaz de otras personas que, además de respeto y de cariño, acierten con las expresiones y con los procedimientos adecuados.

Lo mismo que anhelamos mejorar la calidad de nuestras vidas, hemos de aspirar a mejorar la calidad de nuestras muertes. Ésta es la razón por la que las diferentes civilizaciones han cuidado escrupulosamente las maneras de acompañar a sus seres queridos en esos difíciles momentos en los que afrontan este ineludible trance humano. No es de extrañar, por lo tanto, que esta cuestión haya sido objeto de serias reflexiones y de prolongados debates entre los que, profesionalmente, se dedican al cuidado de los enfermos.

Pero hemos de reconocer que, en la actualidad -debido a progreso de los procedimientos científicos y técnicos, y al ajetreo de la vida familiar, laboral y ciudadana- corremos el riesgo de vivir el comienzo y el final de nuestra existencia temporal, aislados y alejados de esa atmósfera cordial imprescindible para, simplemente, morir en paz.

Delicada transcendencia

Esta delicada cuestión cobra especial trascendencia en estos momentos, debido a la multiplicidad de las dimensiones médicas, éticas, religiosas y políticas que se imbrican. Por eso nos sorprende tanto la frivolidad con la que, con excesiva frecuencia, en los medios de comunicación se formulan unas afirmaciones categóricas carentes, en muchos casos, de fundamentos o apoyadas en prejuicios ideológicos apriorísticos.

El libro Ayudar a morir escrito por la doctora Iona Heath, médico generalista, miembro de la Real Comisión para el Cuidado de la Ancianidad, y de la Comisión de Genética Humana, directora del Grupo sobre Desigualdades de la Salud, responde a unas cuestiones que, a nuestro juicio, centran el actual estado de la cuestión: ¿Por qué son tan escasas las personas cuyas muertes podemos calificar de buenas? ¿Qué entendemos por una buena muerte? ¿Cómo es la muerte que queremos para nosotros y para nuestros seres queridos?

Tras constatar cómo en nuestras sociedades actuales, no sólo cerramos los ojos al hecho cierto de la muerte, sino también pretendemos negarlo, propone que consideremos este desenlace como un don, como una estimulante advertencia «que nos da el tiempo y su transcurso, sin el cual nos veríamos perdidos en un caos de eternidad, sin motivo alguno para actuar ni, de hecho, para vivir».

Analiza las diferentes formas de morir y valora las ventajas e inconvenientes de las muertes repentinas y de las que acaecen tras un dilatado tiempo de progresivo agotamiento, entre los que fallecen anestesiados y los que se preparan de manera adecuada, entre los que se libran del sufrimiento y los que lo asumen con entereza y estoicismo. Especialmente luminosas nos parecen sus reflexiones, sobre a dimensión trascendente de todas las vidas humanas, sobre el tiempo y la eternidad: sobre el presente, el pasado y el futuro, y, en especial, sobre la conexión -indispensable y alentadora- de cada una de las vidas humanas con los antepasados que la hicieron posible y con los herederos en los que pervivirán en el futuro.

Visión de médico

Las propuestas que ofrece a sus colegas, los médicos, constituye, a nuestro juicio, oportunas, claras y prácticas: les anima para que, además de los instrumentos terapéuticos, utilicen los ojos, «para ver la humanidad y la dignidad de nuestros pacientes y para evitar apartarnos del sufrimiento y de la angustia»; palabras, «para tratar de minimizar la inevitable soledad del que muere»; contacto físico, «para expresar un nivel más profundo de consuelo y de comunicación»; paciencia, para sincronizar con el ritmo de la muerte.

Es posible que la conclusión, apoyada en su dilatada experiencia y en sus múltiples lecturas a muchos resulte incongruente pero en nuestra opinión, es pertinente, valiosa e inevitable: los médicos -científicos y humanistas- necesitan la ayuda de los poetas.