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Adolescente instruido
La fama del polifacético director de escena Rodrigo García siempre ha estado envuelta en la polémica gracias a su curiosa manera de entender el teatro. Sus montajes no han dejado indiferente a media Europa, y en algunos países es altamente valorado su trabajo creativo. Este hispano-argentino comenzó a labrarse un importante éxito con su compañía La Carnicería Teatro, de la cual han surgido míticos trabajos como Conocer gente, comer mierda o La historia de Ronald, el payaso de Mac Donald. Siempre se le ha tachado de provocador y seguramente este calificativo deba ser para él un atributo y un cumplido. Se ha jactado en más de una ocasión, de que su teatro no puede aun ser visto por la sociedad española. Y es que su dramaturgia no corresponde a ningún tipo de canon argumental, lineal o anecdótico. Se trata más bien de una serie de acciones, que él llama propuestas, y que están vinculadas fuertemente al mundo conceptual del artista. Sus espectáculos tienen un cierto carácter elitista, aunque curiosamente parecerían querer ir dirigidos a ese tipo de espectador que se encuentra inmerso en el sistema globalizante y de economía de libre mercado que tanto esclaviza a los pueblos. García, tanto en las tablas como fuera de ellas, es un declarado antisistema que trata de vilipendiar de forma evidente y con exacerbado denuedo, la actitud del ser humano ante el mundo que le rodea. Lo considera en general un ignorante e inconsciente con su entorno. Es inteligente, mordaz, crítico, a veces cruento, ácido, corrosivo e irreverente en sus trabajos. Su lenguaje creativo está más cercano a corrientes renovadoras que en su día abrieron espacios escénicos a artistas plásticos en los años 60, que a un teatro tradicional y para todos los públicos, aunque cabe mencionar lo bien que se lo pasó un niño de unos escasos 6 añitos con las locuras que le estimulaban desde la escena.
Actualizado: GuardarEn Versus, las propuestas de García son interesantes en general y abren un espacio para la reflexión de cierto sector del público a partir de pequeños y a veces acertados aforismos. La intensidad de alguna de sus propuestas llega a ser molesta pese a que están perfectamente teatralizadas, como aquel momento en el que se introduce un conejo vivo en un microondas y al cual sabemos perfectamente que no le sucederá nada.
Es una lástima que la megalomanía de este creador termine estando por encima de su obra, pues hacer el papel del tuerto en el país de los ciegos con esa actitud adolescente, deja muchas lagunas en el resultado escénico.
No deja de ser paradójico estar en contra del sistema y del pensamiento único con un teatro altamente doctrinal que hasta cierto punto peca de insultante al tratar al patio de butacas como una pandilla de ignaros y analfabetas.