TRIBUNA

Ganar tiempo

Recientemente lo he oído más a menudo, pero ya hace mucho que estoy acostumbrado a que me digan con un tono entre la admiración y el fastidio: «No sé de dónde sacas tiempo para todo lo que haces». Hasta tal punto insisten que ya suelo preguntármelo también yo: ¿De dónde saco el tiempo? La respuesta más evidente resulta en este caso no muy convincente y casi absurda: de donde no lo hay. Pero quizá entonces haya que preguntarse otra cosa, por ejemplo si es verdad que falta tiempo, que no tenemos tiempo, que el tiempo siempre es insuficiente. El lamento es antiguo, pero también ha encontrado réplicas desde hace siglos. Conviene repasarlas.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Uno de los libros clásicos sobre el asunto es 'De la brevedad de la vida', de Séneca. Según el célebre estoico (con sus ramalazos epicúreos, todo hay que decirlo), la mayoría de los que deploran la brevedad de la vida se pasan la mitad del tiempo desperdiciándola. La vida es demasiado corta, dicen... pero ellos dedican su tiempo a cosas que nada tienen que ver con sus auténticos deseos, a objetivos triviales o funestos, a mil actividades que les esclavizan a la rueda de la fortuna ajena o a los caprichos de los demás. Esa vida tan lamentablemente corta la hacen pedazos sin escrúpulos, la regalan o la venden al mejor postor, la pierden en ocupaciones que les llenan de agobio y apremio pero que a fin de cuentas les resultan perfectamente ajenas. La vida les parece muy breve porque nunca es suya, porque la ocupan como quien se pone un traje prestado y que no le sienta bien, porque nunca son protagonistas, sino meros comparsas de la farsa colectiva que representan con estruendo e inanidad. Anticipándose en muchos siglos a nuestros sinsabores actuales, Séneca se las arregla para hacer un diagnóstico bastante reconocible de lo que llamamos ahora 'estrés', que precisamente viene de la voz latina 'estringere', que significa estrujar, apretar hasta el ahogo.

Aquel viejo romano cordobés estaba convencido de que la mayoría de los que malgastan así esa vida que se les hace tan corta la echarían a perder igual aunque durase diez o cien veces más. Son ellos mismos los que buscan con ahínco todo lo que les roba su tiempo, les impide dedicarse a sí mismos y les aturde en un frenesí cuyo vértigo les agota. Trabajan a tope según ellos por necesidad y se divierten -aunque no lo reconozcan- por obligación: no hacen cosas placenteras, sino cosas que todo el mundo les ha dicho que son placenteras, aunque a ellos les dejen semi aniquilados. No conducen su vida sino que son arrastrados sin misericoria por ella: por eso se les hace tan ajena y a fin de cuentas sienten que ya se ha acabado antes de que la verdadera vida hubiese tenido ocasión de comenzar.

Sin duda la perspectiva de Séneca está condicionada por su propia condición social de patricio adinerado en una sociedad esclavista. Su elogio del 'ocio creador' se dirige fundamentalmente a otros privilegiados como él, pero sería en su época de poca ayuda a quienes no tenían más remedio que extenuarse día tras día en tareas agotadoras que poco tenían de voluntarias ni caprichosas. Y actualmente también hay en nuestra sociedad muchísimas personas que están condenadas a trabajos forzosos y que difícilmente pueden concebir un tiempo realmente libre que ellos pudiesen emplear en beneficio de su perfección personal o de un recreo no embrutecedor. Sin embargo, sigue habiendo en la reflexión senequista muchos elementos que aún pueden servirnos de ayuda.

Sobre todo, una indicación fundamental: no podemos esperar ninguno de nosotros que el horario laboral, la enumeración de nuestros compromisos impuestos por las circunstancias obligadas a que nos fuerza la necesidad de ganarnos la vida, incluya expresamente 'ratos libres' para las cosas que de verdad cuentan. En ningún horario se menciona 'tiempo para pensar', o 'tiempo para enamorarse', o 'tiempo para charlas con amigos o familiares', o 'tiempo para aumentar nuestros conocimientos y sensibilidad artística' o ni siquiera 'tiempo para atender a nuestras obligaciones cívicas y políticas como miembros activos de una democracia'. Con frecuencia escucho a la gente, sincera o fingidamente compungida, decir que 'no tiene tiempo para leer'. Siempre tengo ganas de contestarles que ese tiempo improbable tienen que conquistarlo ellos, como el tiempo para el resto de las cosas que más nos interesan o que pueden aportarnos más indudable beneficio personal, humano.

Encontrar tiempo para lo que importa no es algo que pueda esperarse de fuera, de la sociedad o de la propaganda consumista vigente. Es algo que hay que conquistar y por lo que debemos luchar... como si nos fuera la vida en ello. Si uno tiene claras sus prioridades, sin duda se las arreglará para luchar por ellas y conseguir el plazo vital necesario para cumplirlas. La mayoría de las grandes obras artísticas o de los logros mejores de nuestra cultura y nuestra convivencia no han sido llevados a cabo por ociosos que no sabían en qué matar el tiempo: todo lo contrario, han nacido de la energía que da tener que desafiar la voracidad de una existencia colectiva que, a poco que flaqueemos, nos devorará sin contemplaciones.

Cuando repaso mi propia vida (que no es ejemplar en nada, ténganlo por seguro) veo que al menos hay un error que casi nunca he cometido: dedicarme a la queja. Entregarse con fruición a deplorar el mundo y a lamentar lo mal que todo va en él y lo mucho de horrible que nos pasa es una de las maneras menos gratificantes y más estúpidas de perder el tiempo, de acortarnos la vida buena. El antiguo consejo (también estoico, según creo) de que hay que saber distinguir entre males irremediables y otros que podemos intentar corregir para obrar en consecuencia me parece tan válido como siempre. También es preciso tener cuidado con las virtudes que preferimos cultivar: la resignación y la paciencia son buenas quizá para los domingos, pero prefiero el inconformismo y la impaciencia para el resto de la semana. La vida de Rimbaud o Rafael fue cronológicamente breve pero muy larga en logros y contento. Y ser buen padre o buena madre, buen amigo y compañero, buen ciudadano o sencillamente alguien capaz de disfrutar sin atontarse son logros artísticos no menores, que también saben llevar a cabo hoy entre nosotros los que verdaderamente comprenden la importancia de ganar tiempo a la necesidad y a la muerte.