FIESTA. Chat y Anna, novios desde el instituto, posan en Unionville rodeados de damas de honor y amigos. / FOTOGRAFÍAS: O. L. BELATEGUI
MUNDO

Boda en Unionville

La Guerra de Secesión ha dejado huella en Virginia, un estado impregnado de historia donde la América rural se revela, en apariencia, idílica

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Unionville huele a leña de chimenea. Mary, nuestra cicerone, constata que todavía no hace demasiado frío, 45 grados en la escala Fahrenheit, unos siete de los nuestros. Los bosques de Virginia son célebres por sus tonalidades en otoño. Robles y álamos tiñen sus hojas de rojo para anunciar el invierno. Sin embargo, hoy el color predominante es el rosa pastel. Hay boda en Unionville, y las damas de honor revelan que el kitsch nupcial no es una invención de las comedias de Hollywood. El reverendo Jeffrey Smith sonríe en la iglesia baptista. Un rótulo anuncia las horas de misa y exhorta: «¿Los pecados se perdonan aquí!».

La América rural se revela, en apariencia, idílica. Casas y establos de madera dispersos en un tapiz verde que parece obra de una cortacésped. Un aire de urbanización que remite a los grabados de Norman Rockwell. Los lugareños no parecen preocupados por las apariencias, y en los porches, junto al sofá y la mecedora, se acumulan toda clase de objetos. Es Halloween, y las calabazas y la imaginería terrorífica adornan por doquier. Los patios traseros remiten a La matanza de Texas: aperos de jardín, colgantes, camas hinchables, juguetes... Se ven muchos Buicks y Mustangs desvencijados. Sus dueños se han comprado una pick up japonesa que consume la cuarta parte, pero les daba pena tirarlos.

«Aquí se vive bien, tío, estamos tranquilos y nos conocemos todos», sonríe Chat, al que la pajarita le aprieta tanto como a sus colegas. Se casa con Anna, su novia del instituto. Posan en un cercado ante la indiferencia de los caballos, la principal riqueza del condado. Mary explica que aquí se crían algunos de los mejores ejemplares del país. «Casi todo el mundo vivía de las granjas de caballos hasta hace poco. Los jóvenes no han querido seguir la tradición familiar, levantarse a las cuatro de la mañana y todo eso. Así que se han ido marchando a Washington y Nueva York».

Gana McCain

Ella ha seguido el camino inverso. Trabajó como secretaria durante años en Richmond, la capital del estado, y ha acabado regresando al hogar familiar. Es una mujer leída y viajada, adora Nueva York. Hasta chapurrea el castellano y conoce el Quijote. Quizá eso explique que no tenga el aire redneck (paleto) de sus vecinos. Vive en una coqueta casa construida en 1920. Sus padres, dueños del terreno, residen en otra cercana; su hermano, un poco más allá. «Esta casa costará unos 150.000 dólares (112.000 euros). En Richmond valdría más del doble».

Virginia es un estado impregnado de historia. La mayor parte de la Guerra de Secesión se libró aquí, y en pueblos cercanos como Fredericksburg y Chancellorsville hay circuitos turísticos que recorren los escenarios de batalla. Mary enseña orgullosa la joya de su finca, una cabaña roja que fue la primera oficina postal de Unionville. Luce la bandera americana con trece estrellas en círculo, los trece estados que integraban la Unión en 1780. Estamos en territorio republicano. Los carteles de McCain y Palin en los jardines de las casas ganan por goleada a los de Obama.

«El sentimiento de comunidad es muy fuerte en el pueblo. Tenemos emigrantes latinos, asiáticos, polacos... Y aunque no seas muy religioso, te arreglas y vas a misa los domingos porque es una forma de hacer vida social». En Unionville ni siquiera hay taberna, así que organizan fiestas como la caza del zorro: «Sólo lo perseguimos, no lo matamos». Cuando alguien saca los trastos viejos al patio y monta un mercadillo -yard sale-, es todo un acontecimiento. «Si tu vecino tiene problemas económicos, le ayudas. Hay un fontanero que no te cobra y un mecánico que te mira el coche. Ya les pagarás».

Con las llaves

Las puertas no se cierran, los coches tienen las llaves puestas y los críos ríen en las camas elásticas. Las chicas del instituto juegan esta mañana un partido de rugby, y el que no ha ido a la boda vocifera en el campo con ese entusiasmo infantilote con el que los estadounidenses disfrutan los deportes.

Mary añade que, entre tarta y tarta de manzana, en Unionville también hablan de las elecciones. Saben que saldrá Obama, pero votarán McCain. «La política exterior y todo eso trae un poco al fresco. Apoyamos a nuestros soldados, por supuesto, pero hasta el más republicano empieza a entender que es normal que los americanos caigamos mal fuera. Lo que no se perdona aquí es que Obama apoye el aborto».