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LOS LUGARES MARCADOS

Sana discrepancia

Imaginen al señor Acebes (por mencionar a uno de los que me más me fastidian) diciendo algo así: «Zapatero ha demostrado constancia, curiosidad intelectual y un conocimiento profundo a la hora de mirar los problemas»; y, además, supongan que añadiera: «Tiene estilo y sustancia; es una figura transformadora, y lo voy a votar en las próximas elecciones». Nos quedaríamos de piedra, ¿a que sí? Pues más o menos eso es lo que, al mostrar su apoyo a Obama, ha hecho Colin Powell, el que fuera Secretario de Estado en el primer mandato de George W. Bush, el altísimo cargo republicano, el consejero influyente, aquél a quien el presidente estadounidense envió a la ONU para intentar explicar lo inexplicable de una guerra que aún continúa

JOSEFA PARRA
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Este gesto quizá busque lavar la mancha de esa implicación en el conflicto de Irak o quizá sea fruto de la recapacitación más profunda (no me atrevo a aventurarme por una u otra opción), pero sería desde luego impensable en España. La disidencia dentro de la política, dentro de un partido, está muy mal vista en nuestro país. Aquí somos más gregarios, más conformistas también. Y si alguien se señala por llevar la contraria, se le marca con el estigma del traidor y del apóstata. Que se lo digan, si no, a Celia Villalobos, que tuvo que apoquinar unos cuantos euros a su partido por apoyar con su voto la ley del matrimonio homosexual

Por esta vez, he simpatizado con Powell. No ya por votar a Obama (que también, oigan, no niego mis querencias) sino por salirse del tiesto. La discrepancia constructiva es cosa sana en cualquier ámbito, y más aún en política. ¿No sería deseable poder decir con libertad que no estamos de acuerdo con esto o con aquello, aunque rompamos la sospechosa línea de lo políticamente correcto?