LITERATURA

Un independiente sin cura

Cádiz Actualizado: Guardar
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Con su boina calada y su traje raído, Pío Baroja aparentaba ser lo que era: un gruñón sincero con mala reputación y un corazón capaz de compadecerse de los más humildes.

Cuando uno lee las diversas biografías de uno de los novelistas más importantes del siglo XX en España, sino el que más, se da cuenta de lo poco que favorece en el ámbito social ir con la verdad por delante. Este es el caso de Pío Baroja, un hombre de carácter férreo y de incorruptibles principios que le granjearon más de una enemistad y la escasez de reconocimientos a toda una vida dedicada a enriquecer el patrimonio cultural español.

Nacido en una familia vascuence, con ascendentes italianos por parte de madre, pasó casi toda su juventud viajando por la geografía española debido al trabajo y a la personalidad de su padre. Una característica que con el paso del tiempo beneficiaria a Baroja, dotándoles de una amplia visión acerca de la vida en el resto de España. Sin embargo, esta peculiaridad también forjó en él un fuerte sentimiento de desarraigo que posteriormente se vería reflejado en sus novelas.

Así, el escritor pasó su etapa estudiantil entre Pamplona, Madrid y Valencia, donde finalizó sus estudios de medicina en 1891. Ya por aquel entonces, a Baroja lo describían sus compañeros como un arisco y gruñón, desconforme con todo y todos, hipercrítico hasta con los profesores, entre los que no se ganó ninguna simpatía. No obstante, y a pesar de estudiar a disgusto la carrera, se doctoró en Madrid y practicó la medicina en Guipúzcoa durante algún tiempo antes de dedicarse a escribir.

De regreso en la capital, y mientras regentar una tahona, herencia de una tía, Pío Baroja retoma sus contactos con el mundo de la literatura y publica una recopilación de cuentos, concebidos la mayoría en Cestona, lugar donde ejerció como médico tras salir de la facultad. ‘Vidas sombrías’ fue el título de este primer libro sobre las gentes y sus experiencias como doctor en esta región del norte, que le propició el reconocimiento de prestigiosos escritores como Miguel Unamuno, Azorín o Pérez Galdós.

A partir de este momento, se sucedieron los viajes por Europa, la adquisición de libros sobre brujería y ocultismo, los veranos en Vera de Bidasoa, donde compró y restauró un caserío para estar con su familia en las épocas estivales, las escapadas en coche por la Península, y como no, la concepción de más novelas.

El pesimismo y la falta de fe en el ser humano marcaron la obra de este inconformista amante de la independencia que jamás llegó a casarse. Ateo por convicción, fue envestido miembro de la Real Academia de las Letras en el 35, uno de los pocos honores que se le otorgaron. El padre de sentencias como ‘Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez’ o ‘Dejemos las conclusiones para los idiotas’, fue enterrado en un cementerio civil en 1956. Ernest Hemingway y Camilo José Cela, dos de sus admiradores, portaron su ataúd en un entierro al que apenas se dio difusión en los periódicos.

Esta tarde se celebra una charla en el café restaurante El Cantábrico, Avda. Cayetano del Toro, 21 – Cádiz, sobre Baroja para conmemorar el 52 aniversario de su muerte.