Inconexo GERMÁN CORONA CÁDIZ
Michel Azama es un dramaturgo difícil de clasificar y más difícil de llevar a escena. Su teatro comprometido le ha abierto puertas, o mejor dicho telones y principalmente traducciones, a muchas de sus obras en el mundo entero. El teatro de Azama es según él mismo, «un eco del mundo interior, un espacio donde se medita sobre la realidad, sin reproducirla».
Actualizado: GuardarEn el caso de su obra La esclusa, los planteamientos que definen su teatro son de completa y absoluta congruencia, pues se trata de un texto potente en cuanto a sus reflexiones sobre la sociedad en que vivimos. La analiza desde un eco peculiarmente lejano y marginal: una cárcel y una mujer.
A estos dos elementos a los que la sociedad siempre ha dado la espalda, el autor francés les provee de fuerza suficiente para hablarnos de las dos caras de la moneda. Nos enfrenta al amor y a la soledad, a la belleza y a la pérdida de la femineidad, a la justicia y el deasamparo, a la ilusión por vivir y a la muerte, al encierro y a la libertad.
Una de las características e inconvenientes de este texto a la hora de pretender llevarlo a escena, es precisamente el mundo interior que nos ofrece en voz de su única protagonista, pues lo que escuchamos no es un monólogo, sino un monólgo interior.
Un diálogo consigo misma en el momento en el que Ella está en la antesala, en la esclusa que le separa de la libertad tras 16 años de cárcel. Aquí, en este espacio que ella define como «la celda de las liberadas», pasaremos una noche en vela a su lado para recorrer su vida. Esta noche de insomnio conoceremos las vicisitudes de su existencia y tendremos acceso a ese mundo íntimo de su memoria.
Con estas premisas las dificultades que entraña el montaje son de mucho riesgo. ¿Cómo proyectar al espectador esos trozos del pasado? ¿Cómo encaminar al público hasta esa esclusa, ese espacio atemporal entre el pasado y el futuro que está como suspendido? Es un reto difícil pues el autor puede dejar atrapado a cualquiera con sus ideas. La parte más resbaladiza de un monólogo es lo meramente narrativo, cosa que precisamente no logra salvar la compañía Devenir, pues su propuesta se queda anclada en la palabra.
El texto es peligroso porque plantea en todo momento efectos, nunca causas, y he aquí el problema. El motor de toda acción teatral y dramática es la relación causa-efecto. Sin drama, o sea sin acción no hay Teatro.
Y en este caso el montaje es desatinado por completo; deja en total desamparo a la actriz, sin apenas acciones y con la palabra y las emociones forzadas sin rumbo fijo. Esta libertad aparente con la que se acomete un montaje no puede terminar anclado en el verbo. Hemos presenciado un montaje falto de creatividad, sin ningún tipo de sensaciones o momentos de mínima estética.
Es incluso chocante con esos efectos sonoros de lata que no aportan nada, por el contrario, anulan la imaginación de la actriz y del espectador. Molesta es sin duda también la iluminación de discoteca que no sirvió para nada y que podía haberse aprovechado para mínimamente plantear alguna convención.