Se vende Zona Cero
Guías que rememoran la tragedia, una amplia oferta de souvenirs y predicadores del apocalipsis rodean siete años después el santuario de las Torres Gemela
Enviado especial Nueva YorkActualizado:¡Condones de Obama! ¡Compre condones de Obama! Los berridos de los vendedores callejeros son lo único que recuerda en Times Square que América celebra elecciones. Bajo un horizonte de neones y pantallas que nunca se apagan, chicos negros vocean con afán mercantilista y no político. La cosa tiene gracia: los preservativos de Obama aconsejan «usar con buen juicio»; los de McCain presumen de «viejo pero no acabado». En un país que tiene institucionalizada la propina, no se podía encontrar mejor ejemplo de su capacidad para hacer de la oportunidad, negocio; de la política, espectáculo.
Si el mundo vive una crisis, Nueva York parece no haberse enterado. Las colas ante los teatros de Broadway dan la vuelta a la calle 42. Tennesse Williams ha sido borrado por adaptaciones de musicales: 'Mamma mía', 'Spamalot', 'Billy Elliot', 'El jovencito Frankenstein'... Las raciones de tarta de queso siguen pareciendo obscenas y los Starbucks continúan despachando café en tamaño balde. Por las aceras del Midtown deambulan los neoyorquinos aferrados a su vaso de plástico; en la otra mano, el iPhone y la Blackberry. La coca-cola sigue siendo más dulce que en Europa; la conexión a Internet, más rápida.
Hay un elemento nuevo en el paisaje, que también aparecerá en la Zona Cero, meta final de esta etapa. Los españoles, preferiblemente parejas de pijos y familias bien, han tomado la ciudad como paraíso de las compras. Una extensión de Serrano que recorren con la mirada de escaparate en escaparate. A nuestros compatriotas se les distingue fácilmente: son los que gritan, miran hacia arriba ante los rascacielos y cargan bolsas de Macy's y de Abercombrie & Fitch. Vale que descubran Nueva York, pero parecen más interesados en cumplir con la lista de pedidos de amigos y familiares. El iPod Nano de 4 gigas, 90 dólares (66,5 euros). Un chollo.
A todos les llama la atención la marcialidad de los policías, siempre impecables. De negro, con la gorra de plato y tachonados de distintivos, imponen por esa mezcla de cortesía y brutalidad reprimida que tan bien conocen quienes han sido cacheados en la aduana del aeropuerto después de tomarles la fotografía y las huellas dactilares. Estados Unidos es un país ordenado. Siempre hay alguien que regula una cola. En los restaurantes, una persona te sentará, otra dará la carta, otra tomará el pedido y una cuarta lo traerá. Los neoyorquinos conducen a la carrera, pero permanecen imperturbables cuando el metro se para en un túnel a oscuras.
Orgullo currela
Sorprende la profesionalidad y una suerte de entusiasmo -virtudes tan poco españolas- con las que tratan al público. A la mañana se abre una zanja y a la noche está cerrada. Hasta los vendedores de comida callejera -con el permiso municipal bien a la vista- parecen encantados de su oficio y sirven con diligencia 'pretzels' y 'bagels' en su carrito. Es ese orgullo currela que han cantado Bruce Springsteen y Billy Joel, que en el caso de los servidores públicos se ha convertido en adoración desde el 11-S. En la Octava con la calle 48, en el cuartel del Batallón 9, Motor 54, Escalera 4 del Cuerpo de Bomberos de Nueva York, Jeff Geraghty se deja fotografiar junto a una rubia. La agarra por el hombro y sonríe. «¿Eres de Texas?».
Quince hombres del batallón, incluido su capitán, murieron bajo los escombros de las Torres Gemelas. Sus fotografías enmarcan una pared a modo de capilla. Hay flores frescas. También camisetas, que, cuando no tienen incendio, venden al público que asoma la cabeza para admirar los camiones. «Aquel día fue una puta pesadilla. ¿Qué quieres saber exactamente?». El bombero reconoce que, desde entonces, se sienten más queridos. «Hicimos lo que teníamos que hacer. Nuestros compañeros no dudaron en dar la vida y nosotros, Dios no lo quiera, lo volveríamos a hacer». Los apellidos irlandeses abundan en el cuerpo de bomberos y en el de policía. Quizá por eso en una batida rápida gana McCain, aunque para la foto posen un negro y un latino.
Podrá parecer obsceno que los servidores de la ley se aprovechen de la admiración que despiertan para sacar un dinerillo con las camisetas, pero al menos no se despelotan como los nuestros. Más incomodidad provoca asistir a las sesiones de fotos con los obreros que trabajan en el solar del World Trade Center. Broadway se precipita al mar y aparece la iglesia neogótica de Trinity, con su pequeño cementerio entre rascacielos que simula ser un decorado de Tim Burton. El inmenso vacío que dejaron las Torres Gemelas permanece vallado. Una turba de curiosos aprovecha los resquicios para colar la cámara y fotografiar lo que, siete años después, sigue siendo una selva de cimientos y grúas.
Renacimiento estancado
Un complejo entramado de intereses políticos y económicos ha impedido el renacimiento urbanístico de los 64.000 metros cuadrados más caros del mundo. Daniel Libeskind, el arquitecto que ganó el concurso de ideas hace cinco años, se desespera, al igual que Santiago Calatrava, responsable del intercambiador de transportes. La Ground Zero es también un santuario en el que murieron casi 3.000 personas, lo que añade una sobredosis de carga emocional. Más arriba, en la Quinta Avenida, el Empire State Building, sonríe satisfecho al saberse el techo del 'skyline'. Se levantó en 13 meses apenas dos años después del crack del 29, en plena Depresión.
Por supuesto, también hay souvenirs del 11-S en un pequeño museo de la calle Liberty, a un costado del solar en obras. El Tribute World Trade Center organiza visitas y cuenta con el benepláctito de familiares de las víctimas y el Ayuntamiento. También merodean vendedores de recuerdos que ofrecen con expresión grave postales y libros con el membrete 'Tragedia'. Joe presume de que no lo hace por dinero. Dice que es profesor y que su deber es dar a conocer la infamia que cambió el mundo. También hay algún predicador que anuncia el apocalipsis. Los españoles están más interesados por los jugosos 'top manta' que bordean la Zona Cero. Rolex y bolsos de Louis Vouitton a 50 dólares. Al primer regateo bajan a 25 (18,5 euros).