Épica
Sentado anteayer al plácido sol de mediodía en la muralla del Campo del Sur, me contaba un amigo que le había dado la cosa patriota y se había ido a ver el desfile del Día de la Fiesta Nacional. Más naturaleza de viaje romántico (cámara digital incluida) tipo siglo XIX, imposible. En cambio, pronto se encontró con el viaje del hombre clásico, el épico, y arrastrado por los vientos de la velocidad (dice que iba a ciento veinte iría a más, qué cojones), en vez de tomar dirección Ocaña cogió la Radial a Madrid y por seis módicos euros pudo ver en toda su extensión la ciudad fantasma del Pocero, lago incluido, y oír los cantos de sirenas de la crisis, y así, la épica del euro le persiguió durante todo el viaje, que terminando el desfile, sólo el hecho de entrar al café del Circulo de Bellas Artes (le hacía ilusión leerse allí a Manuel Vicent) le costó dinero, y en la Cava Baja le clavaron alto por un huevo con papas («Pero en Lucio, pisha», «Vale, pero huevo con papa») y, por no seguir, que no durmiera el coche al relente le salió por otro huevo... Sentados allí, al sol de mediodía («No es caro aquello, pisha»), terminó contándome su otro viaje, el interior, «Mira, apretao por media España, todo fue pasar Despeñaperros y se me aflojó el tapón» (el síndrome del vientre Odiseo). Tuvo que parar en Guarromán, sin más connotaciones, donde dejó constancia del huevo de Lucio (y unas porras).
Actualizado: Guardar«Ahora, como estuvo aquí la Patrulla Aguila, ni mijita, ni paracaidistas con la bandera ni na...» Está en la naturaleza del hombre la búsqueda de la otredad para, como el propio Ulises, llegar a la mismidad, «¿Y por aquí?». «Por aquí, el Diluvio. Fíjate cómo han crecido las aguas que ha aparecido el naufragio de un buque arriba de la Caleta, y ya que está...» Se quedó pensativo, «En todas partes cuecen épicas, quillo» (ya, nos vamos a hartar).