Opinion

Sobre nuevas bases

La acusada caída registrada ayer en las Bolsas mundiales, tras dos jornadas de euforia ante el cúmulo de iniciativas públicas adoptadas para salvar el sistema financiero, pone de manifiesto los escollos existentes tanto para serenar los mercados en el corto plazo como para avaluar con certeza el alcance que tendrá la gigantesca intervención institucional sobre la evolución de una crisis tan profunda. Los parqués volvieron a demostrar que no son inmunes ni a los datos pesimistas que se suceden casi a diario, como el descenso en las ventas minoristas en EE UU -el peor en tres años-, ni a las previsiones que apuntan a la irremediable entrada en recesión de las economías occidentales. La advertencia del presidente de la Reserva federal, Ben Bernanke, de que la estabilidad de los mercados constituye un desafío inexcusable, pero que su consecución no garantiza por sí sola la reanimación de la economía, describe con crudo realismo las características de una crisis que ha obligado a comprometer ingentes fondos públicos sin otra garantía por el momento que la de frenar el deterioro financiero.

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En este contexto, resulta obligado que el consejo europeo iniciado ayer no sólo avale el plan de rescate consensuado el domingo por el Eurogrupo, sino que avance en la adopción de aquellos mecanismos que aseguren el control riguroso de las iniciativas impulsadas y también en la revisión de los instrumentos con los que opera un sistema que ha evidenciado una fragilidad extrema. La coincidencia de Gordon Brown y de Nicolas Sarkozy en reclamar el perfeccionamiento de la transparencia y la supervisión de los mercados y en sugerir cambios en la gobernanza del FMI, ante las carencias exhibidas en la crisis, identifica el mandato que deberá asumir la comunidad internacional en la búsqueda de soluciones duraderas que impidan la reedición de unas turbulencias tan amenazadoras para las economías mundiales. Pero tanto la definición de las graves deficiencias que han de corregirse, como el hoy por hoy ampuloso objetivo de situar a la UE al frente de la refundación de las bases del capitalismo financiero, interpela a la responsabilidad de unos líderes políticos que no acertaron a calibrar la envergadura de las dificultades. Y cuyo consenso se ha visto forzado más por los riesgos de una coyuntura excepcional que por una vocación inicial de afrontar conjuntamente la parálisis económica.