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Palomas

No es cierto que desconozcamos el mecanismo engullidor de la Bolsa, es que pretenden despistarnos con índices y palabrejas propias de su secta. Ya saben: para tener poder, lo primero, crear lenguaje propio. Verán, hace unos años, ahora que andamos de bicentenario patriótico en torno al 2 de mayo donde los españoles salieron a defender a un rey paria, inútil, fraudulento...; bien, pues cuando se preparaba la batalla de Waterloo, toda Europa sabía que en esa masacre se dirimía si Francia o Inglaterra se convertiría en dueña del cotarro. Rothschild, una fortuna incalculable con piernas y herederos, banquero en Inglaterra, ya sabía que la información es poder, y quien primero conoce la noticia, juega con todas las cartas. Así que preparó un ejército de palomas mensajeras... Ellas le llevaron la primicia. Inglaterra ganó.

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El tipo hizo correr la voz de que Napoleón había tenido una fulminante victoria y puso a la venta todo bono, acción y menudencia cotizable en Bolsa con sello inglés. El resto de los banqueros, industriales y prebostes corrieron a liquidar, en saldo, todo cuanto poseían con aroma inglés. Entonces Rothschild se lo compró todo a precio de saldo. ¿Ni Midas fue tan millonario!

Así funciona esa cosa llamada Bolsa, esa cosa llamada banqueros: si ganan se lo quedan, pero si la paloma mensajera lanza una cagarruta en sus entendederas, les pagamos el agujero todos. ¿Y sin chistar! De lo contrario, y pueden, nos hunden en la miseria de la Gran Depresión, momento en que ellos reorganizan sus patrimonios, los incrementan y los blanquean. Son puros piratas perfumados. Inclinan la cabeza de reyes, presidentes y hasta del último mono de la tribu... Eso sí, defendiendo las leyes del mercado, que son las suyas, y la necesidad de hacer un barrido económico, de cuando en cuando, para que los obreros no se acostumbren al estómago caliente.No son sombras inasibles, ni poderosos nigromantes alquimistas. Usan humana apariencia, juegan al golf, se ríen de los pobres que no tienen espíritu para salir de la pobreza; se calzan con la vida de miles; se meriendan, sin un eructo, a toda la humanidad que está más allá de sus jardines. Tienen nombres. Alma, no, esa huyó despavorida.