Preocupación a la puerta del garaje
La avenida Segunda Aguada era ayer un ir y venir de camiones con grúas. Con un cielo que comenzaba a lloviznar por la mañana, la preocupación por las inundaciones se trasladó a vecindarios donde los garajes han quedado anegados. «¿Sabéis algo más?», pregunta una mujer a la entrada del sótano 2 de la plaza Santa Ana. Ella es propietaria de una de las 85 plazas de aparcamiento afectadas por las tormentas. Junto a ella, se mantienen a la espera otros vecinos cuyos enseres han quedado atrapados en algunos de los 51 trasteros del parking.
Actualizado: GuardarEl presidente de dicho subterráneo, Ismael Tinoco, estima que en el interior hay un total de 46 coches y más de una veintena de motocicletas. Del peritaje realizado por el Consorcio de Compensación de Seguros, surgen las primeras dudas. Entre todos, evalúan las consecuencias, en función de si sus propiedades estaban aseguradas a todo riesgo, daños de terceros o propios. Sólo éstos recibirán una posible indemnización, sujeta a matrícula.
El lodo pinta un rastro en el acerado de la esquina. Tras días de trabajo, los bomberos marchan hacia otras emergencias, ahora en el casco antiguo. Bajo la cuesta, los primeros coches aparcados aparecen totalmente cubiertos de barro. Nadie está autorizado a manejarlos. De momento, los afectados apuntan su nombre completo y el modelo del vehículo. «De ahí a la chatarra», exclama, resignado, un señor de 82 años. La aseguradora le pide unos papeles, que tiene guardados en la guantera de su Peugeot 406. Hubo quien corrió mejor suerte, al prever la catástrofe y sacar el coche a tiempo. No obstante, la mayor inquietud gira alrededor de la necesidad de desplazamientos y a la seguridad en la estructura del edificio.
Durante la mañana, Antonio Gestoso, gerente de talleres Lacave, tuvo que dar más de una mala noticia. «Si el agua ha superado la altura de la ventanilla, no hay nada que hacer», afirma. La humedad ya de por sí, es enemigo para las prestaciones eléctricas de un vehículo, por lo que «la entrada de agua empeora las condiciones de un supuesto arreglo». Por su lugar de trabajo, ya ha pasado el propietario de un Mazda 3, de apenas dos años, al que resulta imposible arrancar. O quien todavía no ha pagado la primera letra de un coche ya siniestrado. «Los automóviles estaban guardados en garajes y, por tanto, los conductores pensaban que estaban a salvo», apostilla Gestoso. Desde la centralita de empresas de grúas, se trabaja a destajo para cubrir la demanda de rescates de vehículos. La celeridad en el servicio se convierte con premura en una orden.