Las bodas
Vengo observando últimamente que se está volviendo a las celebraciones de las bodas por las mañanas, sobre todo en las que se celebran por la iglesia, ya que las civiles son todas matutinas. Hace muchos años que era así y aquello se saldaba con un convite que, en realidad, era un desayuno. Eso si no funcionaban los catering familiares, donde cada uno aportaba algún condumio al baquete, que se celebraba en la azotea. Entonces tomaba otro cariz la cosa. En estos casos, ya se podía llegar a la azotea libre e, incluso, se podía contratar para amenizar la fiesta al célebre y querido Manquito del jamba con sus muchachos (el más joven, setenta años), que a su forma amenizaban bien aquella tarde noche a los contrayentes en ese día tan señalado.
Actualizado: GuardarPor supuesto que las bodas había que celebrarlas en las parroquias a las que pertenecía la novia, salvo que su párroco le autorizase, desde luego, previo pago de su importe, a que fuera a otra iglesia. Desde luego, existían las prebendas para los que se casaban en la iglesia del Carmen. Antiguamente no era parroquia, y allí no podía casarse nada más que ciertos privilegiados, hasta que se convirtió en una parroquia.
Quiero hacer dos puntalizaciones. Una es que, si por ejemplo, los novios habían cometido el delito de adelantar la consumación del matrimonio y ella iba en estado de buena esperanza, la boda había que adelantarla lo más posible. Y que no fuera a ocurrírsele a la contrayente casarse de blanco, ya que ese color no estaba nada más que permitido a las puras. Y desde luego, que los asistentes fuesen los menos posibles; o sea, nada más que los precisos. Algunos curas les echaban cada bronca a los novios que parecía que, en vez de traer a otro ser al mundo, lo habían eliminado de la tierra.
Y la otra cosa es que en aquellos tiempos no se alquilaban chaqués.