Premio a la evasión de impuestos
Supongo que si el economista James Tobin (Nobel de Economía en 1981) levantara la cabeza, volvería a morirse al ver la deriva que están tomando los asuntos económicos del mundo. Y no me refiero a la llamada crisis, que seguramente él debió barruntarla en vida (murió en 2002), sino por el sorprendente cariz que han tomado sus propuestas de gravar con un impuesto los ingentes beneficios que generan ciertos movimientos de capital especulativo en los mercados financieros de divisas. La tasa que Tobin barajaba como adecuada era, en realidad, harto modesta: entre un 0,01% y un 0,02% sobre los capitales invertidos. A pesar de ello, la recaudación así conseguida se estimaba como suficiente para, por ejemplo, erradicar el hambre en el mundo, lo que da idea de las sustanciosas cantidades que circulan por las alcantarillas de la especulación de alto nivel.
Actualizado:La Tasa Tobin (que así, como es sabido, se dio en llamar) posibilitaba además un cierto control de esos movimientos especulativos, hasta el momento totalmente opacos a una posible intervención de los estados. Pero a día de hoy, no sólo ha sido infructuoso el intento de gravar tales beneficios, con la consiguiente y descarada evasión de impuestos que ello representa, sino que tal como estamos viendo estos días, los contribuyentes del mundo han venido obligados a costear los estropicios producidos en la economía real por las mafias financieras globales. Cruel paradoja que habría causado un profundo estupor a James Tobin. En efecto, los EE UU acaban de premiar con 700.000 millones de dólares a la mayor y más impune maquinaria global de evasión de impuestos: la llamada nueva economía, la que ha crecido al socaire de las TIC, la que se ha beneficiado de una ilimitada libertad de movimiento global de capitales, la de la ingeniería financiera, el diseño especulativo, la contabilidad creativa, la magia potagia y el aguanta mientras cobro.
En definitiva, se ha premiado a un selecto club de mafiosos travestidos de diseñadores financieros, artistas de la contabilidad creativa y hagiógrafos de la libre movilidad de los capitales. Esta magna y atípica operación para beneficiar a los beneficiarios de tan ilustre chiringuito, va a constituir, sin duda, un efectivo refuerzo pedagógico para una ciudadanía sobrada de propagandísticas llamadas a la ética de la solidaridad por parte de sus respectivas haciendas nacionales. Tal vez porque estuvimos demasiado atentos a lo que ocurría en la hiperiluminada escena global (se nos había señalado en ella a la política y a los políticos como origen de todos los males), no habíamos reparado en que, entre bambalinas, fuera de escena, esa nueva economía de la que venimos hablando se había hecho beneficiaria de un seguro a todo riesgo, en virtud del cual ahora estamos pagándole por una serie de accidentes causados por ella misma.
Pero estos días estamos asistiendo además al cumplimiento de lo que Paul Ricoeur dejó dicho sobre los sistemas de dominación, que no sólo exigen nuestra sumisión física, sino también nuestro consentimiento y nuestra cooperación, de manera que su poder queda así, además de confirmado, legitimado por los mismos a los que domina. Al ciudadano planetario se le ha convencido estos días (lo han hecho sus representantes democráticamente elegidos) de que, al fin y al cabo, con la llamada «operación rescate» se ha hecho lo mejor para el interés general, porque, de lo contrario, las consecuencias de no hacerlo así habrían sido aún peores. Por tanto, la moraleja es: fuera de la nueva economía, el caos.
¿Alguien duda aún de que la supuesta crisis del actual turbocapitalismo de diseño podría ser, en todo caso, una crisis de crecimiento?