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ANÁLISIS

Puerta abierta

El vicepresidente Solbes y el portavoz de Economía del PP, Cristóbal Montoro, celebraron ayer la reunión oficial preparatoria de la que Zapatero y Rajoy han acordado mantener en breve. En ella, el representante popular, de acuerdo con los criterios expuestos la víspera por Rajoy, planteaba al vicepresidente la exigencia de un riguroso control sobre los recursos -hasta 50.000 millones de euros- que el Tesoro pondrá a disposición del sistema financiero. Montoro salió de la reunión todavía con dudas aunque utilizó un tono conciliador en sus declaraciones: el PP está de acuerdo con el incremento de las garantías de los depósitos bancarios pero mantiene «serios reparos» al cuantioso fondo que puede llegar a representar el 5% del PIB.

ANTONIO PAPELL
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Horas antes, el vicesecretario socialista Blanco afeó a Rajoy su falta de incondicionalidad en este asunto, pero las reservas del PP son absolutamente lógicas puesto que la oposición ha de desempeñar con rigor la función de control del Ejecutivo que el propio sistema democrático le impone. Es natural, pues, que el PP requiera al Gobierno garantías para que la inversión sea lo menos onerosa posible para los contribuyentes y para que tales recursos públicos beneficien expresamente a las familias y a las empresas y no pasen a sanear los balances de los bancos. Ya no es tan razonable en cambio que el PP, por boca del portavoz González Pons, exigiese también ayer la retirada de los Presupuestos -que definen la política gubernamental- para prestar tal apoyo.

La reunión Montoro-Solbes deja en fin las puertas abiertas a un cierto entendimiento Zapatero-Rajoy. En realidad, el líder del principal partido de la oposición tiene escaso margen de autonomía para desmarcarse de la iniciativa gubernamental, que en líneas generales va en la dirección adecuada -la que emprenden los grandes países como Estados Unidos o el Reino Unido-, y ofrece escasas opciones alternativas. En suma, el líder de la oposición tiene ante sí la difícil tarea de no obstaculizar la lucha contra la crisis y aun de tratar que las medidas que se adopten tengan el mayor efecto posible, ejerciendo al mismo tiempo la irrenunciable función de estímulo y control que le corresponde. Con sentido común, este difícil equilibrio no es tarea imposible.