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Pakistán se desespera por no poder parar la ola de atentados que sufre

Al menos diez personas, cuatro de ellas niños, perdieron ayer la vida tras la explosión de una bomba al paso de un furgón policial que trasladaba presos en Chotia Tanar, en la demarcación de Dir, una de las más convulsas e incontroladas de Pakistán. Junto a los cuatro menores fallecieron también dos agentes de Policía y al menos cuatro de los reclusos. Las agencias locales apuntaron además que otras 15 personas resultaron heridas, algunas de gravedad.

MIKEL AYESTARÁN
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La capital del país, Islamabad, aún sumida en estado de shock después del brutal atentado contra el hotel Marriott del 20 de septiembre, tampoco se libró del zarpazo de la violencia, aunque la acción de ayer no provocó víctimas mortales. Un suicida se inmoló a las puertas de la sede de las fuerza antiterroristas a las afueras de la ciudad y causó heridas de distinta consideración al menos a trece policías.

El atentado sirvió para agravar la sensación de inseguridad en una urbe donde abogados y jueces llevaron a cabo una reunión para denunciar los ataques de la insurgencia contra civiles en el norte y en cuyo aeropuerto fue detenido a primera hora un presunto kamikaze que intentó burlar la seguridad disfrazado con un burka.

Mientras se confirman los contactos entre el Gobierno afgano y los talibanes con la mediación de Arabia Saudí, en Pakistán no parece haber lugar para este diálogo. Un nuevo ataque de un avión espía estadounidense -el noveno en menos de dos meses- acabó con la vida de cuatro personas tras el impacto de un misil contra la casa de Faisal Mohammad Sultan, un líder tribal vinculado a la insurgencia en Waziristán del Norte.

La ofensiva americana en suelo paquistaní no cesa pese a las protestas del Gobierno, que espera que el nuevo director de la agencia de inteligencia (ISI), general Ahmed Shujaa Pasha, reconduzca la situación al norte del país.