El Nobel errante
La Academia sueca galardona al francés Le Clézio, un autor empapado de cultura centroamericana, africana y europea, que ha trasladado a sus libros
Actualizado: GuardarJean-Marie Gustave Le Clézio (1940) conoció a su padre cuando tenía 8 años. Junto a su madre y su hermano, embarcó en Francia rumbo a Nigeria, adonde su progenitor se había trasladado sólo unos días después de su nacimiento, para ejercer la medicina. El muchachito, criado en la casa de su abuela materna, primero en Niza y luego en un pequeño pueblo junto a los Alpes, apenas si salió del buque durante el mes que duró la travesía. Encerrado en su cabina, escribió en dos cuadernos el relato de su vida y el de la singladura que debía conducirle al encuentro con su padre. Cuarenta años después, aquellas historias trazadas con una vacilante letra infantil fueron la materia prima para su novela Onitsha. Ese viaje fue el inicio de una vida trashumante llevada a la literatura, el punto de arranque de «un explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante», como dijo ayer la Academia sueca al anunciar el Nobel para el autor francés, dando por buena la sugerencia de su secretario permanente, Horace Engdahl, quien sólo hace unos días habló de la supremacía de la literatura europea.
La geografía vital de Le Clézio se extiende por tres continentes y casi medio centenar de libros, entre novelas y ensayos. Su pasado tiene relación también con historias de emigrantes, revoluciones, pioneros y desafectos familiares. Aunque sus padres eran primos carnales, él tenía la nacionalidad británica y ella la francesa, y el origen de ambos estaba en Isla Mauricio, donde se refugió uno de sus antepasados huyendo de Robespierre y los jacobinos.
Su infancia estuvo ensombrecida por la ausencia del padre, de quien recibía puntualmente una carta quincenal. De ahí la importancia de ese viaje iniciático, tanta que ha marcado toda su vida aunque empezó por marcar su piel. Lo cuenta en El Africano: «El primer recuerdo que tengo de África es el de mi cuerpo cubierto por una erupción de pequeñas ampollas causadas por el calor extremo, una afección benigna que sufren los blancos cuando llegan a la zona ecuatorial».
El Nobel a Le Clézio distingue a la literatura francesa, pero el escritor cursó estudios universitarios en el Reino Unido y durante un tiempo dudó en cuanto a la lengua en la que construir su obra literaria. Finalmente optó por el francés y pronto, con sólo 23 años, consiguió el premio Renaudot por El atestado, escrita siguiendo los postulados del nouveau roman.
Paraísos terrenales
Durante años, Le Clézio impartió clases en varias universidades y continuó viajando por el mundo, acompañado por Rosalie, su primera esposa, y la hija de ambos. Cuando, cerca ya de los 30, hizo en Tailandia la prestación sustitutoria del servicio militar, contempló de cerca uno de los efectos perniciosos de la extensión de la civilización occidental: la prostitución infantil. No dudó en denunciarlo, y su gobierno lo trasladó a México. Otro viaje trascendente, porque se enamoró de la cultura azteca, aprendió español y llevó a sus libros personajes, paisajes y leyendas de esa parte de América.
Allí conoció también a Jemia, su segunda esposa, de origen marroquí, con la que tiene otra hija. Desde hace tres décadas, Le Clézio vive en constante movimiento, buscando paraísos terrenales que aún no hayan sido contaminados y empapándose sin prejuicios de culturas distintas. En Desierto, que en 1980 fue galardonada con el premio de la Academia Francesa, aparecen la cultura norteafricana condenada a la desaparición y el choque que sufren los inmigrantes de la región al llegar a Europa; en Voyage de l'autre côté, es la espiritualidad de los viejos aztecas y mayas; en El pez dorado el contraste lo vive una niña nacida en el Atlas que llega sin papeles a París; La cuarentena, en fin, está ambientada en una isla próxima a Mauricio, en la que un grupo de europeos pierden la inocencia y la esperanza.
Dueño de un estilo pausado, que se recrea en el detalle, abundante en metáforas y enriquecido siempre por la memoria, Le Clézio ha ido sembrando sus textos de su propia biografía. Su infancia y la historia de su familia («mi memoria se extiende también al tiempo que precedió a mi nacimiento», ha escrito) se hacen omnipresentes en sus relatos, así como sus aficiones y los personajes que le cautivan: su último libro, Ballaciner, aún no publicado en España, es un ensayo sobre la importancia del cine en su vida, y Diego y Frida, el relato de la historia de amor de dos de los artistas más famosos de México.
La Academia Sueca definió ayer a Le Clézio como «el escritor de la ruptura, de la aventura poética y la sensibilidad extasiada». Le faltó hablar de su espíritu errante, que lo lleva a vivir en Niza, París, Isla Mauricio o Albuquerque cuando no está recorriendo el mundo. Al final de La cuarentena, el narrador se pregunta: «¿Habré perseguido una quimera? Hoy, al cabo de este viaje, no tengo nada». Su autor, en cambio, ha ganado un millón de euros y la inmortalidad.